La loca del carro, la última templanza,
la luz del techo allá en lo alto, el engranaje del
motor aterrizando,
y las costumbres del asalto.
El escenario se tiñe de negro, las dos de la mañana,
mi pulso extremo sobre la hoja atosigada de ideas
blancas,
de sustos negros, de sueños grises, de gotas rojas,
de letras perdidas entre los matices.
Agua a cien grados centígrados
sobre una cucharada de café instantáneo.
Y la puerca
muerte en puerta.
La puta de arriba acorralando al sol en su regazo,
el pretérito absoluto contemplándolo todo,
y mi frente sudando un temor helado entre las
solicitudes de sentimentalismo barato.
En el cajón el juego preferido en un blister de
farmacia,
en el ataúd un prefijo abstracto, un verbo de sabor
inexacto,
y una catarata que rima con fracaso.
Así es el amor para el poeta innato.
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