viernes, 27 de abril de 2012

N° 21 (De compilado 100)

Es en esta oscuridad,
aquí el tiempo se hace lento,
es así la soledad.

Es en esta inspiración,
aquí nacen las letras perdidas del corazón.

Es en este rincón exacto,
aquí mi alma yace seis metros bajo tierra,
es así la libertad.

Es en este arco imaginario de certezas,
aquí mueren todas las penas
 y cada trago nuevo se convierte en algunas letras viejas.

Es en este burdel de ilusiones llanas,
aquí se acuestan las ideas con el ejemplo
y nacen los especímenes más testarudos de la genética azul.

Es en esta melancolía donde la vida es poesía
y la muerte da riendas sueltas
al epílogo de mi antología.

N° 20 (De compilado 100)


La poesía habla sobre sí misma…

dicen las rimas que el  ritmo marca como estigma.
En las muñecas del autor las muecas del artista.
Los verbos aumentan el caudal de la inconsciencia
y las descripciones son mera palabrería suelta.

Un toque retórico puede elevar un poco la apuesta,
pero cuando se falla en una metáfora extrema,
ahí es cuando se convierte en basura,
o en lo que el lector calificaría como “una mierda”.

Dejar hablar a mi poesía de ella misma podría llevarme tras las rejas,
las de una alcantarilla o las de un parque nacional para locos de remate,
por eso la describo como mía,
y la esclavizo hasta en su forma más efímera.

No la presto, no la arraigo, no la convido a bocas explícitas,
pero la guardo en mi regazo, y la entretengo con bellas caricias…
la dibujo, la contraigo,
luego la perforo y le tatúo mis líneas.

N° 19 (De compilado 100)


La loca del carro, la última templanza,
la luz del techo allá en lo alto, el engranaje del motor aterrizando,
y las costumbres del asalto.

El escenario se tiñe de negro, las dos de la mañana,
mi pulso extremo sobre la hoja atosigada de ideas blancas,
de sustos negros, de sueños grises, de gotas rojas,
de letras perdidas entre los matices.

Agua a cien grados centígrados
sobre una cucharada de café instantáneo.
 Y la puerca muerte en puerta.

La puta de arriba acorralando al sol en su regazo,
el pretérito absoluto contemplándolo todo,
y mi frente sudando un temor helado entre las solicitudes de sentimentalismo barato.

En el cajón el juego preferido en un blister de farmacia,
en el ataúd un prefijo abstracto, un verbo de sabor inexacto,
y una catarata que rima con fracaso.

Así es el amor para el poeta innato.

N° 13 (De compilado 100) "y entonces"


Y entonces escribo… como el poeta su libro, mi antología, mi limbo. Porque percibo el mundo, uno que es mío. Porque me lavo las manos con el barro podrido, porque soy un eslabón que nunca estuvo perdido.

Y entonces escribo… para no detener el movimiento, para permanecer bajo un estilo, para recordarle a mi cerebro que aún existo, mientras desespero por un verbo que nunca rima con “amor mío”.

Y entonces escribo… más nunca repito lo leído, no es una ley, no soy un eco escondido, porque me baso en mi propia amnesia social, en mi representación del ritmo, no soy lo más correcto, pero soy un nexo inofensivo.

Y entonces escribo… por si no se ha percatado, lector empedernido, a usted le escribo, aunque interiormente esto es sólo mío. Con la avaricia de mis letras, con su crítica como castigo.

Y entonces escribo… aunque podría estar estudiando, leyendo, trabajando, contemplando, aunque pareciera perder el tiempo y el tino. Aunque pareciera estarme desangrando o perforando mi intestino.

Yo escribo porque en un prometedor futuro, podría usted leerme en la parodia del artista no correspondido.

N° 12 (De compilado 100)


Resuena en mi pecho cada trago incompleto,
cada ser al encuentro de una mitad,
cada intento.

Me place la luna a los pies de mi cama,
casi tanto como me place el sol del mediodía
sobre mi cabeza oxidada.

Mis años, ni tan pocos ni tantos,
suplen de raíces a mis pies desnudos de experiencia,
pero abrigados de ilusiones pasajeras.

Suda el cuerpo abstracto,
árbitro de convenciones radicales,
astro de los astros nunca celestiales.

Y raspa la alcantarilla,
con su olor a estiércol,
con su mano derecha podrida.

(con su voto negativo, con la excusa preferida).

N° 11 (De compilado 100)


Blanco estruendo,
estornudo la perplejidad de mis instintos
y descubro el sabor prohibido del insultante hastío.

Corroe mis venas el veneno preferido de mis arterias benevolentes,
mi corazón purifica sus artilugios,
mis dientes se ablandan al sonido del exabrupto.

Pertenezco al rincón de las malas letras,
al poema oculto, al arte oscuro de la esencia,
a la correspondencia del dulce averno contemplador de sueños.

Yo te avisé de mi inestabilidad,
yo te lo anticipé reflejo roto,
yo…

sangrando palabras mientras baja el telón,
subiendo hasta el firmamento,
fornicando con la composición.

Yo te advertí de mis frustraciones,
yo te invité al funeral de mi cordura,
yo…

Soplando la arena de mis manos,
respirando el olor a formol
y deshaciéndome nuevamente en nubes de algodón.

Rojo llanto,
escupo la moralidad de mis acciones,
y escondo el sabor permitido del exultante vacío.

Perdón.

N° 10 (De compilado 100)


Llueve adentro, busco un techo y nado al centro. 
Cada brazada un latido, cada balada un castigo.
Compuse las mil odas y el millón de rimas sobre tu almohada.
¡Y ahora me sueñas en el silencio, desalmada!

Llueve adentro y la niebla me quita la visión de mis aciertos, 
me detengo en la nada buscando guarecerme de la tormenta anticipada, 
y finalizo bajo el puente de la derrota. 
¡Me mojas las ideas, idiota!

Llueve adentro y las llaves de mi casa se fueron por la alcantarilla del pasado, 
no tengo suelo, no tengo tierra, 
no pertenezco al mundo ni hago la guerra.
¡Me adormeces el sentido, altanera!

Llueve adentro y debo salir, 
cada puerta cruzada más del afuera me aleja, 
me detengo ante la duda, construyendo un castillo de cristal en el agua sucia de mierda literaria.
¡Me encierras en el mundo, solitaria!


Ya no llueve y me escondo nuevamente en el laberinto de las palabras, 
supongo un diccionario paralelo, compuesto de artimañas, 
y te venero sobre el lecho vacío.
¡Me carcomes con tu sombra, en el espejo, reflejada!

Entonces me doy la vuelta y me voy,
mientras me das la espalda,
condenada.

N° 8 (De compilado 100)


La eternidad del último cigarrillo,
la primera nota de la mañana en un cuaderno de bolsillo,
el primer libro de la semana en la mesa de luz,
y la inconstancia en el cajón.

Los días extrañan a la noche,
y yo me visto de gala al atardecer.
La alfombra se inunda de planificaciones en vilo,
mientras el tiempo se acrecienta sobre el colchón.

Mis manos suenan el último hueso antes de la redención,
y caigo al saber incierto de la mierda sobre el calefón.
Sin ánimos de ofensas, mi ateísmo adquiere más que una certeza,
y me siento en el frío suelo a meditar.

El último anillo de saturno en torno al primero de mi ensueño,
contrarrestando silogismos de frecuencia en mi compromiso con el espejo alardeante.

 Luego. más adelante…

rasco la picadura de un mosquito inquieto cerca de mi oído precario.
Te busco en mi eterna última pitada,
en el punto aparte de una idea alargada,
en el párrafo final de Rayuela,
en el último segundo antes de despertarme
y golpearme el dedo con la pata de la mesa.

N° 5 (De compilado 100)


Lejano violín,
el humo puede con tu voz calmarse,
mientras el incendio adormece todo a mi alcance.

El fuego suspende en el aire mis movimientos.
Suenas como haciendo alarde de tus sentimientos
y yo espero, en la partitura eterna, el frío reconocimiento.

Llueves y lloras notas tan decentes, como indecentes mis obras.
Lejano violín, aumentas la capacidad del tiempo
bajo tus cuerdas de interno en el instituto neuropsiquiátrico apostado en mi infierno.

Puedes matarme, ahorcarme con tu melancólico sufrimiento
y dejarme a la vera del camino,
vomitando la sangre melódica de tu canto sincero.

N° 2 (De compilado 100)


No, no vendrás.
¿Acaso alguna vez lo hiciste?

Una mariposa se ha posado en la tumba, sin temor.
Me ha sonreído la noche, me ha sacudido como un temblor,
en un sísmico ritmo adormecedor.

¿Has venido a despertarme, alma mía?
¿Has venido a despedirte de mis huesos?

El consultorio ha cerrado sus puertas
y mi sangre se mantiene congelada para tu regreso;

podrás beberla sin pedírmelo,
podrás besar mi frente
y conservar mis ojos en un frasco.

Podrás regresar cuando quieras,
te estaré esperando.

N° 1 (De compilado 100)


Una partícula en el aire, amor,
una sola llamarada del ejemplo,
una pastilla al fondo de la garganta ardiendo.

Un viaje al futuro por unas monedas, vida,
un poco de placer en el rincón de la codicia envenenada.

Un espejo, por favor, una verdad.
El rostro de la ignorancia subyace al costado de la virtud.

Un espejo partido al medio
y una frente sangrante de ilusiones obtusas.

La ruta al sol, el rayo al alma, el martirio al tiempo, los cabellos al viento…
la materia y el dolor.

Un minuto más, corazón, luego la luna, luego el “no”.
Sólo uno y un perdón.

miércoles, 25 de abril de 2012

Para herir susceptibilidades

Cerca del final, la eternidad se compone de acordes disonantes, la melodía espera a los pies de una cama helada.

Los restringidos revelan el desastre ante los ojos del autor, y el libro yace en partes, desparramado por el comedor.

La oscuridad se hizo del espacio y los niños fueron cautivados por las sombras en la pared.

Parecía volar por el tiempo ambiguo una especie de pasión abstracta, inminente, desatada…

Cada pieza del rompecabezas explotó en un éxtasis de desorden calculado, las puertas se cerraron a los visitantes inquietados por el silencio sonoro, y simplemente se sentaron a esperar, mirando de a ratos por el escote de la ventana, desnuda de cortinas.

Las imágenes parecían distenderse como una fotografía derretida, y el tic tac del reloj tirano nunca llegaba a contar hasta un nuevo día.

Las pesadillas extinguieron todas sus plegarias al templo de la mala risa, y sonreía el blanco desde una cruz advertida por la luz tenue de un rayo láser. Y luego el disparo.

El humor no demoró su llegada y todos rieron ante la escena funesta en el suelo del teatro sin multitud.

El inodoro del baño nunca volvió a funcionar y los peces se estancaron con un trozo de madera en la alcantarilla religiosa de esa casa vieja.

Su padre, por detrás de la inocencia, no hizo por despegar sus narices de la infantil coherencia.

El crimen y el castigo le esquivaban a la absurda eminencia.

Seré Libro

Algún día seré libro, seré eco del lamento. Algún día lloraré letras en lugar de lágrimas, alguna vez dormiré en una biblioteca mal armada, en un cajón, o sosteniendo la pata maltrecha de una mesa.

Digo que algún día cantaré la lírica con mis pies y seré el desinterés de la crítica literaria. Alguna vez me acomodaré a la forma de las manos del lector y vislumbraré su mirada, desnudando mi cuerpo de rimas y prosas arrastradas.

Alguna vez seré libro y editorial a la vez, y comeré del bolsillo del fragor, y beberé la sangre azul de una lapicera que escriba un nombre sobre mi frente, o en mi espalda.

Mis hojas se doblarán en las puntas, marcando el aburrimiento o el aturdimiento y caeré al suelo en madrugadas fugadas.

Algún día, cuando canten mis palabras en monumentos desleales, ese día seré libro, seré sol y seré mares.

Seré un espejismo obsoleto en el reflejo de los grandes y me regodearé entre las rejas de sus males.

Alguna vez seré libro y me apoderaré de alguna mente caminante, la inmiscuiré en mi mundo, que por mis laberintos ande, y al perderse que me llame, que me llame el libro de las mitades.

Alguna vez seré libro y no me apenará comprarme para mantener la narcisista insignia en mi biblioteca ambulante.  

Ecos

En el cementerio de las notas creció una rosa de melodías, acostada en posición fetal, desmembrada del cordón umbilical del sentimiento. Carece de espinas y respira del ferviente olor a insistencia que salpican los cuerpos al danzar.

La expresión de deseo en su mirada contiene mil maneras de pensar, todas correspondidas con la muerte del artista en un trago más.

Provista de complacencias, derrama en sus pétalos la codicia del autor, y entre sus raíces yace un verso listo para evacuarse al infierno literario de la rima sin par.

Porque del tiempo la aurora, en cantos ácidos de noche perdida, porque en el aire el aroma frío y disonante de la risa, porque las razones escapan a la vista del azar.

Simplemente acontece quieta en el pasar de las horas, en el raspar de las uñas en el interior de cada cajón, en el grito abstracto de pintura derramado sobre un cartón.Mientras observaba su vida quitarse del medio, suponía un destino más sincero en su ecológico aposento.

Limpia de nada, pero sucia de todo, la rosa aparente vislumbraba su eternidad en marchitas prosas no acabadas, en situaciones trabajosas de sus hojas aladas, rotas de fragilidades, y pertinentes al sonido de los rituales.

Asombrada, triste, desesperada y visible, la rosa anclaba su mirada perdida en la ruta prohibida al plagio del comerciante escritor. Ese burdo capitalista del arte, ese inoperante, hasta el hartazgo, de repeticiones y ecos frente a un espejo infinito de escritos en cadena de involución.

Nadie, en la visita a la biblioteca parque, sabía el por qué de la rosa negra en el suelo, entre los libros muertos, entre las urnas de los artistas tercos, pero allí estaba, a la espera de recobrar el color con alguna composición original, o con alguien que evitara el discurso de que para escribir hay que copiar.

Cuando la poesía habla sobre sí misma, o la literatura en general, nunca pone en sus palabras el cartel de advertencia, y las palabras al aire se van siempre a la mismísima mierda.

¿Quién le hubiera enseñado esa advertencia a la rosa? Negra por dentro como por fuera una repetida prosa del ejemplo en que se basan los actuales visitantes a la biblioteca que vomita enferma del robo de citas para una obra nueva.

martes, 17 de abril de 2012

De principio a fin


Amaneces allí, desde la perspectiva primaria. Caminas sin sentido al alba ansiosa de esperarte, helada. Observas como pasa la vida por la ventana, a los pies de tu cama desacomodada y te sientas al borde de la cornisa desperezada, para enredarte en la camisa cotidiana.
La calle te premia con el ruido ambiental de la conciencia hecha trizas. Vuelven las pesadillas a tu presente acariciado de fantasías amarillas; y bajas por el puente de líneas blancas. Te espera una salida.
Tus ojos arrancan el nervio pertinente, un trozo de noche permanece en tu regazo, y te refriegas con el pulgar la mugrosa soledad del tiempo, al pasar. Te penetra el veneno de la abundante cafeína, tus pulmones respiran la nicotina accidental en un cigarrillo de destreza, y te vas con la cabeza fija hasta la pared más cercana, donde embruteces la ambrosía catastrófica del comienzo de semana.
Para ti las horas son algas en un río de insistencia, y te pesa colectarlas con la red entreabierta. Condecoras la tarjeta con el verde limonero de la siesta, bajo el cual enumeras las tareas repetidas de una eternidad condenada a la analogía minimalista del eco en la almohada.
Personificando al periódico, catapultas al interior de tu existencia un pedazo de cuerpo. Tu cementerio se alarga de papeles, tu basurero se ensancha de muertes, y tus manos siguen escribiéndote los pies.
Así como la rata devora a la cucaracha, el almuerzo es tu parada. Ansías cocinarte en el caldo artificial y que te coman los cocineros del infierno dantesco que provee el noticiero. Pero sonríes, nada de eso es verdadero. De postre te preguntas ¿qué es la verdad? Y te responde la ausencia: no precisamente lo que está debajo de la sotana de la santidad.
Atentan contra tu voz los estornudos de la ignorancia, que esputan poco a poco el gris de la materia, por la nariz de la constancia. Te percatas de las letras, pero nunca has leído las cartas. Pronto juegas en la escalera, subiendo al sótano de la esfera, en un cuadrado de sustancia, que nunca conforma la materia. Eres una partícula del polvo no concedido, y eres también la certeza.
El atardecer te angustia con la bocina del camión cargado de inocencia perdida. Te llaman las voces del tiempo en celulares atascados de errores significantes, y una tecla te compone como la melodía más delirante en el órgano sanguíneo que te late como un parlante.
Vas, como volviendo al vientre materno que te escupió años atrás, y te deslindas del cordón umbilical nuevamente, como un ser extremo que no mira al cruzar. El semáforo en rojo te salva del destino, y te encaminas al más allá.
Lejos de los libros ambiguos, tu conocimiento crece para abajo como la raíz más gruesa de la fragilidad, y bajo ese árbol te sientas, mientras oyes contar… 1, 2, 3, hasta el final.
100. Te sobran los motivos para desaparecer en un banco acondicionado a la hernia lumbar, y en una retrospección cautelosa ves como quizás pudiste amanecer en posición fetal, evitando el frío que corroe. Pero aquí estás. Esperando anochecer.
El camino de vuelta se torna extenso, buscas en tu memoria el sentido del deseo, el sexo obsecuente y el sombrero que dejaste sobre la mesa de luz, a manera de pago, a la prostituta cena que te espera en el microondas del amor congelado.
Las estrellas que adornan el negro firmamento te alumbran al comer cada bocado lírico, el infinito se compone nuevamente en una noche distante y planeas un sueño en tu semblante.
Las ojeras desestiman el café y el cuerpo te vence en una batalla física pero intransigente. Las espadas vuelven al rincón, te quitas la armadura frente al espejo de la virtud egoísta, y ensayas el último discurso acomodándote la ira, desparramando zapatillas bajo la cama y volteando hacia atrás, buscando la ovación de las sombras idílicas.
Duermes allí, desde la perspectiva secundaria. Caminas sin sentido a la madrugada, ansiosa de esperarte, en llamas.  Observas como pasa la vida por la ventana, a los pies de la sábana arrugada y te sientas al borde de la cornisa adormecida totalmente, para endulzarte con la pastilla de la amnesia cotidiana.
“Cucú, cucú, cantaba la rana…”