Del absurdo este silencio, de letras lleno, de tiempos muerto.
De la ironía la sonrisa, no se sonroje, siga, siga… un paso más a lo obtuso de la alegría, entre cartones de humo, entre humoradas oscurecidas bajo el síndrome atormentado de necias ideas.
De lo transparente lo amarillo de las hojas, entre bostezos de estrofas y dos de las patas de la silla rotas.
Cuente hacia atrás, desde el cero inicial, allí, después del cien. Luego me cuenta.
Siguen las lunas sobre la madrugada austera, en las tres de la mañana alejándome de la siesta.
Una piedra, una espina, una herida abierta entre las paredes de la herramienta fugaz, la mano del poeta subliminal. A veces la derecha, a veces la izquierda, pues depende de cuál seduce más.
Pensar por el otro lado del discurso lleva a la consecuencia del insinuante insulto, si al decoro su lectura perteneciera. Como la mía, que pertenece al de la estructura que se va a la mierda, junto con la vergüenza que hace esgrima con la delgada línea entre el bien y el mal.
Déme la chance, lector de las mil caras, prosiga.
Quizás su máscara también se caiga con prisa, y su fantasía llegue al punto cúlmine de la esencia perdida con tanta teoría podrida.
Antes del sarcasmo yace la verdad escondida, escóndase conmigo y disfrute de este banquete de rimas que riman con todo y con alguna que otra porquería, porque de rima mi ritmo que asemeja a una inconsciente melodía.
De la mente las costumbres, de la neurona descarrilada esta bellísima desidia. Por ira, por desdén, por donde quiera mirarle, o por donde dé.
De más está decir perdóneme pero no puedo con este malestar en mi sien. Y delimito las barreras, bajo el sol y subo una estrella.
El humo se escapa como escapan las fronteras del absurdo que ahora suena, de letras muerto, de agujas de tiempo lleno.
De la ironía un “buenos días”, con un antifaz de seriedad, la mañana bienvenida.
Vuelva a ponerse los lentes, lector, aclare su garganta, apague ese instrumento enceguecedor, y felicite al sol por alumbrar su esquema.
Ahora corra, el café se quema y mis textos claman por una deslumbrante luna llena, o una medialuna rellena, o simplemente un recordatorio del final:
“todo lo que lees queda, insinuantemente, por debajo de las letras”.
De la ironía la sonrisa, no se sonroje, siga, siga… un paso más a lo obtuso de la alegría, entre cartones de humo, entre humoradas oscurecidas bajo el síndrome atormentado de necias ideas.
De lo transparente lo amarillo de las hojas, entre bostezos de estrofas y dos de las patas de la silla rotas.
Cuente hacia atrás, desde el cero inicial, allí, después del cien. Luego me cuenta.
Siguen las lunas sobre la madrugada austera, en las tres de la mañana alejándome de la siesta.
Una piedra, una espina, una herida abierta entre las paredes de la herramienta fugaz, la mano del poeta subliminal. A veces la derecha, a veces la izquierda, pues depende de cuál seduce más.
Pensar por el otro lado del discurso lleva a la consecuencia del insinuante insulto, si al decoro su lectura perteneciera. Como la mía, que pertenece al de la estructura que se va a la mierda, junto con la vergüenza que hace esgrima con la delgada línea entre el bien y el mal.
Déme la chance, lector de las mil caras, prosiga.
Quizás su máscara también se caiga con prisa, y su fantasía llegue al punto cúlmine de la esencia perdida con tanta teoría podrida.
Antes del sarcasmo yace la verdad escondida, escóndase conmigo y disfrute de este banquete de rimas que riman con todo y con alguna que otra porquería, porque de rima mi ritmo que asemeja a una inconsciente melodía.
De la mente las costumbres, de la neurona descarrilada esta bellísima desidia. Por ira, por desdén, por donde quiera mirarle, o por donde dé.
De más está decir perdóneme pero no puedo con este malestar en mi sien. Y delimito las barreras, bajo el sol y subo una estrella.
El humo se escapa como escapan las fronteras del absurdo que ahora suena, de letras muerto, de agujas de tiempo lleno.
De la ironía un “buenos días”, con un antifaz de seriedad, la mañana bienvenida.
Vuelva a ponerse los lentes, lector, aclare su garganta, apague ese instrumento enceguecedor, y felicite al sol por alumbrar su esquema.
Ahora corra, el café se quema y mis textos claman por una deslumbrante luna llena, o una medialuna rellena, o simplemente un recordatorio del final:
“todo lo que lees queda, insinuantemente, por debajo de las letras”.
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