martes, 15 de mayo de 2012

Detalles

Un momento ya alejado de los pasos del artista,
un eco casi humano
en el fondo de la cuestión costumbrista
y un avanzado envejecimiento en las manos del rencor.

La simpleza hace estragos esta noche que recién empieza,
que no parece noche, no sin luna llena.

Una cantidad inmensa de insistencia en el cajón de la mesa de luz,
millones de letras no escritas en la cabeza del ataúd
sellado en impaciencia.

Valiosas horas escapan de la boca del silencio
en un grito paralelo a la analogía obsecuente de la nada con la realidad.
Parecieran vencerse los brazos de la recta final,
remitiéndose a una curva su andar.

Contemplo desde la incertidumbre cómo las estatuas de sal se consumen
en delgadas divinidades que mantienen la dualidad del bien y el mal.
Mansos ríos corren a la deriva sangrante de las venas estáticas,
mansos ríos y olas maniáticas.

Despedazado el saber en un poco de poder innato,
la precariedad de conciencia se dispone a perecer bajo la tierra.
¡Conciencia, conciencia!
claman las venideras primaveras.

Conciencia,
de la especialidad,
de la pertinencia,
del caudal atrasado tras las rocas de la razón.

¡Conciencia, conciencia!
En un sordo verso que carece de experiencia,
en un joven poema que muere por una lectura abierta,
en una composición conversa
de la lírica a la narrativa inconexa.

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