jueves, 3 de mayo de 2012

Lejana melodía


Triste andar el del tiempo. Lloran las manos el sudor de la insistencia. Sangran los ojos con lágrimas sustanciales de dolor. El espejo se hace esclavo de la noche y gritan las sombras por un trago más.

El derroche condecora al vaso con un líquido demencial de augurios conversadores.

La soledad.

La nube más oscura está poblada de recuerdos amordazados, la almohada reposa sobre la cara anticipada del futuro. Cada estigma del presente se vuelve contrario al pasado solemne de una canción sin nombre.

La presión hace estragos en las venas del mar, y una ola roja desborda el barco de un sueño anclado en la isla del olvido.

Así, en la sucesión de las horas, el gen de la derrota yace tendido sobre la alfombra, el suelo frío hace de lago para los cisnes que se desvanecen al compás de un vals lejano.

Mi mirada se posa sobre la ausencia, y una brisa helada recorre mi espalda torcida por la postura ante un nuevo día.

Mueren, de a poco, las flores asentadas en la ventana al más allá de la oscuridad que sobrevuela sobre el ambiente viciado de melancolía extrema.

Un violín, enceguecido por el sol que nunca llega, suena solemne sobre mi mesa.

Un banquete me espera, cargado de insignias y resistencias, sumido en la penumbra de una vela.

Cercana la visión a la nada, contemplo lo que será el almuerzo de mañana, mientras envuelvo con letras sueltas mi poesía a medio masticar.

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