miércoles, 16 de mayo de 2012

Normativa


No escribo para la masa absurda comercial,
aunque las rimas digan lo contrario,
escribo para un público culto alejado del plagio
y de la idealización de un poeta como el eco del contexto,
de aquellos libros ancianos.

No escribo para el aplauso,
pues con un solo suspiro mío tengo demasiado,
pero lo hago por los astros,
por los ojos del sensato,
del que aprueba el sometimiento verdugo
que pesa sobre mis manos.

Escribo, sí, con un deleite enmascarado
bajo el castigo burdo de una inspiración
en bloques de agravios.

De la poesía he aprendido que cuánto más,
menos el silogismo,
menor el acertijo
y mayor el sentimiento de un interlocutor cansado, atareado
y corrompido por la televisión.

De la poesía he aprendido a separar mi lado lector,
alejándolo lo más posible de mi propia composición,
he aprendido a no prestarle a mi memoria literaria
ni un poco de mi atención,
para desestimar ese mito de que previo al poeta,
lo que leyó.

Suponiendo arrogancia en mis proposiciones,
admito cierto grado de ausencia de una moral de la humildad,
admito que me ha ganado la esencia
y he perdido un poco la imparcialidad,
pues el ego siempre está presente
y concuerdo con tal reciprocidad.

Escribo, entonces, un feedback repentino
entre mi versificación y una imaginaria personalidad,
pero no me siento en el trono de la automaticidad,
un momento,
quiero decir que me place, un poco,  la facilidad.

Vea, pues, lector adormecido,
tampoco intento despertarme
como de un sueño novelizado empedernido,
pero de alguna manera sostengo
que no intentará reprimirlo,
usted, sí,
el comentario arrepentido.

Limítese, de ser así, a devorarme
antes de vomitarme en el baño más cercano
a su dominio cotidiano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios