Qué triste la noche,
qué soledad en derroche sin los
ojos que iluminan,
sin el cuento anticipando
la falla de las pesadillas.
Qué negra la noche,
qué alejada y simple,
cuán llena de melancolía.
Un recuerdo invade esta memoria
despiadada,
indescifrable, empedernida.
Un recuerdo que se parte en
mitades
nunca correspondidas.
Qué cruel noche,
qué desidia.
La ira brota por los pulmones
vegetales
del suspiro egoísta.
Tenebrosa y lúgubre epifanía,
me cubre de infancia,
de filtraciones accionadas por el
escudo
de la consciencia blanda,
amarilla.
Qué ilusorio sentimiento,
cuánta prisa corre por la pausa
del artista,
en lágrimas terrestres,
en un sensorial viaje a las rimas.
Que me queme el fuego interno,
quiero morir de risa,
quiero descender al suelo
de las marionetas y los
malabaristas.
Que me queme el fuego,
que me derrita,
que me invada el sol del mediodía.
Qué noche inmensa,
cuánta agonía.
Supuro insistencia,
sudo perfidia.
Qué noche inmensa,
qué grandeza la de esa luna llena,
casi escondida.
Uno las letras,
como un molde con plastilina,
las armo inquietas,
las deshago mías.
Cuánta asonancia, qué vida mía,
cuánta sospecha bajo la poesía,
y detrás de ella,
en la prosa mórbida y corrompida.
Mi narración nace aturdida,
pinto de azul el cielo celeste que
ardía,
que me lleve el viento,
que me sane las heridas.
Qué noche fuerte, qué débil mi día,
nunca en el centro, siempre la
esquina.
¿Qué fue de mí?
¿Qué ha sido de la acabada melodía?