Dichosa
estrofa, te vas por el orificio del intestino al exterior de las miradas
ciegas; a la alcantarilla de las ideas simbólicas, trilladas y concretas. Más,
suena en el interior del estómago, aún, un resto de tu intransigencia, una
sustancia aeriforme que molesta en la biblioteca de la originalidad manifiesta.
Los
músculos abdominales del verso implementan su fuerza en alejarle pero
indignados se deshinchan, repudiando la imposibilidad del desenlace. Todo furtivo
intento se desmitifica, ni los dedos eclécticos del acertijo hacen por remolcar
la basura al inodoro de la cordura. Todo se mantiene en pie pero la sangre
supura. Todo se convierte en miel pero se concentra la amargura.
Dichosa
y enigmática estrofa, vuelves como vuelve la aurora; y, a veces, te conviertes
en roca. Grotesca ruptura, la inflamación augura días de hipótesis oscuras
estudiadas por alguna ciencia dura. Se te escapan las amígdalas, se te tuerce
la vista, se te hace agua la risa, se te descompone la caricia, se te
reconfiguran las venas y se te hace larga la cena. Eres, porque inconsciente,
la parte ausente de la cadena. Eres, porque maldita embustera, la única perla
viva en el mar de las ostras secas.
Basta
con exigirle al cerebro un temblor de frío sueño, un espasmo de gratuito
placebo, una suerte de mandato para arrebatar al tiempo o, al menos, un
pensamiento laxante contra algún evasor de impuestos.
Se ha
cerrado la compuerta que revertiría los hechos, se me ha hecho fantasía la
columna amarillista, la vertiente del secreto que flamea en la retina, la
serpiente de aquel cuento, la ciruela podrida.
Ni
la práctica francesa podría corromper esta ausencia, por el peligro que
conlleva, por la poca elasticidad de las piernas, por las leyes humanas y hasta
por las bacterias. Nada puede someter al reposo de los cuerpos, nada puede
imitar al acatamiento de un incauto manifiesto. Me postulo en la lista de
espera, aguantando las letras, disponiendo igualmente de aquello que las
bestias sondean.
Incorpóreo
solsticio de solicitud necia, no me niegues la impaciencia, no me pongas “musiquita”
cuando quiero silentes arcadas sureñas. No escatimo en gastos, el sudor de mi
frente se debe a la existencia, me debo al aposento de la miseria. Me siento en
el ánimo de la rima, en el profundo pozo de pesadez característica de un atasco
en el tráfico de libros sin bocina.
Rechazo
solemnemente esta infructífera teoría, leyendo el prospecto que decía: “No
exceda el límite de sílabas”. Pero, endecasílabos de mierda, he caído en la
repetición de la adictiva simulación.
Literalmente,
informo.
Cualquier semejanza con la realidad, es puro tránsito lento ;)
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