Tiene
la noche una magia negra,
un
aire de ideas que recorre el callejón
de
la melancolía necia.
Tiene
la noche esas estrellas inquietas,
como
sombras de etiquetas
y
pactos inconscientes entre futuros poemas.
Tiene
la noche la sustancia gris que seca las fronteras,
que
supone impaciencia
en
letras vacías de comedia.
Tiene
la noche un azul claro
entre
lo opaco de la miseria,
tiene
tantas capas de insuficientes agujas
como
sangre derramada de venas absurdas.
Tiene
la noche la frente alta y el cuello tieso;
la
espalda arqueada y los ojos ciegos;
la
dulce mentira y el ácido sosiego.
Tiene
la noche un tinte de infierno
y
una pizca de inexistente cielo.
Me
lleva al extremo, la noche,
la
viuda negra del descampado ataúd literario.
Tiene
la noche el murmullo del silencio
y el
tic tac de un reloj en el techo ahorcado.
Tiene
la noche esa colina a la que suben los deseos
para
otear desde arriba la caída de los ídolos
o el
alud de latidos
de
mi corazón somnoliento y oprimido.
Tiene
la noche el placebo exacto
para
la ausencia de relatos.
Hundida
en el vértice de la ironía,
tiene
la noche esa evidente ciclotimia,
esa
voz de arrullo complementaria,
esa
melodía que sólo se comprende
entre
copas blancas.
Tiene,
por posesión innata,
esa
mirada carcelaria
que
te encierra en el circuito hasta la exoneración,
mañana.
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