jueves, 9 de agosto de 2012

El color de la poesía


Desleales, al pasar por las letras suspiraron por el impecable resentimiento de releer. Insospechados, ellos, traspasaron el andar por las hojas, las obras tornaron su inescrupuloso capitalismo en tornasolados esbozos de pasión ensimismada y todo culminó con el poema recitado en un recinto vacío.
El sentido se complementó con su mitad abstracta, difuminando las espaciadas horas en el ventanal populoso del comedor material.
Cuento cada detalle como un plato más de comida en la mesa sucia de codicia, llena de insistencia quieta y de movilizados pensamientos súbditos de tal filosofía coloquial. Distingo, pues, el cantar abusivo de las aves blancas, el roer impositivo de las ratas del asfalto y la tenacidad supuesta en la alcantarilla literaria del compendio nunca mencionado. Pero, luego, me detengo, reflexiono sobre el dolor que no se oye a simple vista, y desvarío sobre las posibilidades de desvanecerme en el infierno de un simbolismo nada particular.
No contengo esta necesidad complaciente de dejarme llevar por el devenir del presente hecho trizas. Las naves están listas para zarpar al futuro condicional de un verbo pocas veces utilizado y respiro. ¿Es posible contentarse con los retazos de una mente a medio cocer? Las preguntas sucumben, sobran, se soasan en la parsimonia de una parrilla, tal como los jugos gástricos en el estómago social de la derrota. Las preguntas acortan las distancias y mi visión poco desarrollada intenta reconocer, en las miradas, las respuestas indirectas de ironía disfrazadas. Intento, me derrito ante el sol, y freno. El vehículo antropológico define sus marchas en numeraciones andrajosas, el estado mental se inmiscuye en la superstición, y la suerte, pura y suya, se redime  en la contrariedad.
Presa del ejemplo, la letra se abraza al fuego inepto de la realidad mágicamente abultada, se abraza, se contagia, se presupone necesaria en la imitación constante de un onomatopéyico grito de socorro. Nadie ayuda al extraño. Nada importa en el contagioso reír del espectador subliminal.
Apremiada en el asunto de permanecer, la sustancia más espesa se inyecta en las venas del poema artificial. Mis venas danzan al compás de una rima cada vez más dificultosa, mis manos sangran la tinta que sobra, los hombros fríos hacen de barreras y el cuello se mece, enmarañando las ideas.
Basta con leer la primera línea, teorizan algunos, para comprender la predisposición del artista. Basta con decirte a la cara una mentira para complacerte con el mayor de los sentidos, el inadmisible. Basta con hacer caso omiso a la impetuosa percepción de la vida. Basta con invitarme a beber frente al espejo, entre esto y aquello. Basta con saberme pesimista de la fantasía. En consecuencia de analogías, la invitación al hastío se colma de alegría, basta con decirlo para componer esta ácida poesía, de prosas posesivas y de ideas dubitativas. De esto se trata, ante ellos, pervertir al lector con rimas amarillas.

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