domingo, 12 de agosto de 2012

Uniendo partes


Tan lejos del sol, suspiran los cometas en busca del amor. La insistencia quieta del tiempo disuelve los pensamientos en semillas de inciertos anhelos.

Un par de ojos, luego, derramándose en sal, advierten la sensación de ausencia. Las manos completan la tarea absurda de secar eso que luego volverá a mojarse, ya nada es igual al día anterior, que se mantiene en la memoria como un tesoro escondido, nada.

Preguntan aquellos que le vieron pasar, como fantasma, por la ciudad de lodo, si realmente supo vivir en el presente incauto de la fantasía sublime. Cada segundo se hace hora y así el invierno se congela en sus venas, se coagula la sangre que antes fluía como un río extasiado, se congela el cuerpo, se hace árbol entre la nieve y mueren los recuerdos.

El pensamiento audaz supo condenarlo a las nubes. El verso, solo y andante, se materializó al observar el apocalíptico escenario. Bajo sus pies el fuego, sobre su cabeza en silencio, y en el medio esas rimas tercas que nunca dejaron de invertirse.

Tan lejos del sol, tan cerca de la luna sombría. Cada palabra amaba a la poesía, cada segmento calculado en sílabas, cada elemento literario, cada pequeña e hiriente rima. Todo ansiaba por las manos del artista, urgía la unión cohesiva de las partes, necesitaban una salida.

Así, sus ojos, hundidos en el oscuro trayecto de las cejas bajas,  vieron por última vez todo el mundo servido en una bandeja de plata. Comió, como lo hace un ser ayunado en contra de su voluntad, como respirando luego de haber sido enterrado sin morir, como buscando, en los restos que escapaban de su boca, excusas para un minuto más, frente al tenebroso camino hacia la obra.

Allí, como culminando con un agasajo a su esbelta lógica, empezó por convencerse de escupir, sin vomitar, las letras flojas. Siguió, elevando su velocidad a límites insospechados en el afán de retratar la muerte. Y terminó, luciendo una leve sonrisa casi de tristeza, con un poco de alegría.

Supo que el siguiente paso era venderse a las fieras de la razón. El poema yacía intacto de lecturas burdas, la sustancia opiácea de la tinta se inmiscuía en esas venas secas y los ríos recobraban su fuerza, devolviéndole el color a la piel blanquecina que contenía sus órganos agonizantes.

Volvió a la vida, antes de su muerte llena, y recitó sus días, se bañó de ideas, resaltó el prefijo y la palabra entera. El poema voló cerca del astro ausente de primaveras, tan cerca del sol, tan cerca. Y tan lejos de la luna, y todas las sombras necias.

Murió sosteniendo la llama y calentando las nubes viejas, con el poema fundido que su epitafio revela.

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