lunes, 27 de agosto de 2012

Naturalmente, a tempo


Cuento con el camino alejado de la cordura.
Voy, como el ave por el cielo marcado de pisadas aladas
a un lado y otro del trayecto complementario,
al borde del rayo del sol.

Abajo, naturaleza de lodo,
abajo el hombre, reclamando al árbol sombra,
desmembrando el sembrado corazón descompuesto.
Abajo el hombre.
El tiempo sobra.

Un verde complaciente se posa en la tonalidad gris de una ciudad alejada,
acomplejada de azules y vestida de luto
ante el desentierro de las raíces que llegan al cielo y abajo el hombre.
Abajo el hombre.
Arriba el viento.

Sopla la brisa sonriente,
la cornisa de una montaña pequeña la siente,
meciéndole el prado interno, por encima de sus piernas,
el cabello verde y amarillo que arriba crece,
y abajo,
abajo el hombre y el peluquero.

Pasta la vaca, pradera al medio,
en el centro del corazón sin concreto,
pero cerca, cerca de un horno encendido a punto caramelo,
y las rocas caen desde arriba como disco de vinilo rayado y lleno de vidrios,
caen las rocas al suelo, abajo, donde el hombre.
Abajo el hombre y el cerebro.

Naturaleza pura de impuros pensamientos,
de ilógicos movimientos por encima del camino tortuoso del descontento,
allá abajo donde el hombre es necio, lógico,
martillo y clavo,
y cenicero,
y florero,
y cuadro viejo,
y pintura tóxica,
y desilusiones de cuero.

Abajo donde muere el tiempo,
poco a poco,
bajo el rayo intermitente de un astro ciego.
Abajo el hombre.
Arriba el cementerio.

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