martes, 7 de agosto de 2012

Pronto


Pronto los versos desaparecerán, se irán por los caminos más oscuros de la objetividad significativa, desdoblarán sus partes en impares líneas de lógica. Sí, los versos morirán.

Pronto la poesía se refugiará en los brazos del límite vertical, mientras las odas mermarán a una línea de tiempo abultada de fechas pasadas. Lo sé, el verbo llorará.

Para entonces no tendré más remedio que olvidar, mis manos sacudirán lo poco que queda de insistencia en restos de tinta seca y mis ojos se cerrarán perplejos ante la ausencia de rimas nuevas.

Una palabra quedará en el interior de la memoria trunca, tratando de enaltecer a los pocos libros abiertos con manos vacías; gritará, no será oída y, eventualmente, callará.

Los retazos de textos, que queden desparramados en la escena del crimen literario, harán de amuletos para los pocos artistas que hubieran quedado vivos, luego del fuego abrazador.

Pero yo no estaré en el edificio, pues habré partido con el viento, y me habré repetido en ecos detrás del telón ardiente.

Entonces miro mi mano presionando con furor un encendedor negro y quemado; y a mi lado una botella del alcohol.

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