jueves, 28 de junio de 2012

A medias

Prima la constancia de un escrito a medias, como los atardeceres o aquellas noches de dos horas. El café se inyecta, como un suero de sustancias salinas, esquivando el colapso nervioso de la costumbre.

Pensaba en una novela fantástica, llena de descripciones continuas, de acciones interminables alrededor de una simple unidad, pero la idiosincrasia remota y la complejidad esquizofrénica de las pequeñas notas pueden con este placer subliminal que el escribir suministra a mi sombra. En un término opuesto a lo indistinto de este parecer sombrío, semejante a la comodidad de los ojos del lector, sangro letras abstractas que escapan de la leve interpretación.

La idealización de un concepto arremete contra las columnas encadenadas que sostienen mi predilección por la poesía arrastrada. Es que la teorización de la razón está sobrevaluada con reflexiones psicológicas de mostrador, con ambigüedades propias de la variación mental arremangada en la puerta de un negocio, vendiendo su imagen “sana” al mejor postor.

Un mínimo símbolo de la cordura se eleva, rebelándose contra las masas lógicas de una composición irreal y se dispone a robar los corazones aún latientes de la ciencia atemporal y desinhibida. Entonces le entrego la muerte a las flores que supuran vida por sus pétalos menores, enterradas en la tierra de la discordia, entre el bien y el mal, trazando líneas acordes a la altura del mar consecuente y desmoralizado.

Comprenderán que todo es parte del ritual. La inexactitud de precisiones puede con la paz, puede asegurarme el futuro en el sinuoso camino de la oscura tempestad. ¡Y los libros!, quemándose en el horno del habitual desprendimiento de conocimiento, de la copia burda, de la aristocrática suplencia de realidad.

Me remito a la experiencia, como un empírico cuento de princesas en un castillo de sal, con dragones filosofando debajo de la torre, con banquetes acaudalados de tesoros y cadáveres. Toda una exquisitez de la literatura medieval elevada a la potencia obsoleta de esta post modernidad regordeta y manipuladora. Quizás.

Quizás busque un anzuelo para morder. La indecisión se compromete ante el altar de la suplencia, de la segunda mano tras una derrota inocultable y conspiradora. Quizás repita como un eco indisoluble estas palabras acogedoras y dubitativas.

Vamos, que la canción no espera a ser compuesta, que las manos aún tiemblan, aprovechándose a sí mismas para complacer a la musa de rimas abiertas y suavemente superpuestas, mientras le quitan el sweater y luego el pantalón.

Quizás se quema el juego en las brasas de la memoria, cocinándome las líneas, al son del vapor de mi sudor frontal que cae lentamente sobre el ojo de vidrio espejado. Me miro, como observando volar un ave al ocaso de un inconciente ficticio. Es el sabor amargo de la destilación poética.

Un puente se traza en mi imaginaria representación literaria, me llaman del otro lado, me incitan a unirme al sueño pasteurizado por tercera vez, en el universo paralelo que se compone de tres vías lácteas y un árbol de caramelos. Pero me detengo, rememoro la narcisista salida exitosa que me espera fuera de mis ojos cerrados, al verme sosteniendo la pluma, la daga y los años.

Las venas moradas se comprimen congeladas, se amontonan y se abrazan, amortiguando el frío, durmiendo entrelazadas.

A medias, decía, primordiales objetivaciones notariales o, mejor dicho, indeseables. Vamos que las líneas no se componen solamente con delirar, requieren atención, hostilidad, veneno, cálculo y proyección. Merecen no menos que sangre, y tanto más que alcohol.

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