Busco en los ojos sueltos,
que ruedan al compás de la lenta música,
algún indicio del resto del cuerpo al que pertenecen
o de los rostros, los tantos o los pocos.
Miles de ojos que buscan cotejar,
con la existencia de las cosas,
alguna realidad.
Ruedan, circulantes de la imparcialidad,
buscando un par o la información correspondiente
a su impertinente soledad.
Los observo, como alejada de lo incierto,
y permanezco en el más muerto silencio del grito atormentado
detrás de mis propios ojos, pegados a mi cuerpo,
situados en mi rostro,
en el correspondiente estado de injusta sobriedad.
Paren de seguirme, murmuré,
pero la contemplación hizo agua del destino,
y caminé hacia el infinito,
observada en mi solo andar,
por la vereda del instinto,
buscando alejarme de la cercanía inestable,
de la vistosa multiplicidad.
Breves gotas caen sobre mi cabeza mareada,
la lluvia en la azotea de la mente plana,
en mi pecho latiente, en mis venas descuartizadas,
tras la sangre de la virtud.
La lluvia los arrastra a la alcantarilla,
en esa boca de tormenta todos caen
intentando echar el último vistazo a mi insolencia,
al reírme viéndolos desaparecer,
mientras un guiño evidente
me devuelve al lugar donde empecé.
que ruedan al compás de la lenta música,
algún indicio del resto del cuerpo al que pertenecen
o de los rostros, los tantos o los pocos.
Miles de ojos que buscan cotejar,
con la existencia de las cosas,
alguna realidad.
Ruedan, circulantes de la imparcialidad,
buscando un par o la información correspondiente
a su impertinente soledad.
Los observo, como alejada de lo incierto,
y permanezco en el más muerto silencio del grito atormentado
detrás de mis propios ojos, pegados a mi cuerpo,
situados en mi rostro,
en el correspondiente estado de injusta sobriedad.
Paren de seguirme, murmuré,
pero la contemplación hizo agua del destino,
y caminé hacia el infinito,
observada en mi solo andar,
por la vereda del instinto,
buscando alejarme de la cercanía inestable,
de la vistosa multiplicidad.
Breves gotas caen sobre mi cabeza mareada,
la lluvia en la azotea de la mente plana,
en mi pecho latiente, en mis venas descuartizadas,
tras la sangre de la virtud.
La lluvia los arrastra a la alcantarilla,
en esa boca de tormenta todos caen
intentando echar el último vistazo a mi insolencia,
al reírme viéndolos desaparecer,
mientras un guiño evidente
me devuelve al lugar donde empecé.
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