Rompe
con el fino trazo de una lapicera
esta
limpia mugre de insistencia quieta.
Entre
el predominio de la controversia ambidiestra,
desigualmente
paralela
a la
igualdad de un sentimiento opuesto.
Programo
el despertador para dentro de un par de años,
entonces
leeré mi repertorio
y
haré las correcciones pertinentes
a la
precisión descompuesta
de
un oxímoron tosco.
Voy
como enderezando la postura
hacia
la visión oscura de la tranquilidad,
mis
resistencias se convencen de la ruptura subyugada,
del
autocontrol,
las
ansias.
Y te
vas como desdibujando
de
una figura alterna que se escapa,
pues
permaneces en la mirada
del
compás intervenido
por
la rima que se atasca.
Entonces
las palabras, allí,
llenas
de significados
y
aún así mudas del mundo,
partidarias
de lo absurdo,
metaforizadas
y sin rumbo.
Las
palabras y el sentido,
y la
dirección, y mis latidos,
y
todo aquello a lo que se ha correspondido,
en
el tiempo,
con
el designio arbitrario del ritmo.
Pero
el sentimiento es señor del campo andado,
el
camino es surco de insuficiencia,
el
destino es la sumatoria de apócopes de sueños,
y la
sensación de correspondencia
se
limita a imitar a la masiva consecuencia del azar.
Maldito
diccionario de verbos.
Te
llevas el piano a la expresión de deseo,
el
suceso a la instancia cruel del ejemplo
y
las virtudes a un basurero gramatical.
Y yo
me entrometo,
recorro
la nauseabunda alcantarilla literaria,
intentando
consolidar un texto
dentro
del contexto social impuesto por la retención.
Presa
de la consciencia,
me
detengo a observarme entre las rejas,
con
una lima en la mano
y
con la otra de piedra,
armándome
de paciencia para describir la pasión.
¿Cuál?
Escribir
se lleva el mérito mayor
entre
las acciones placenteras
que
se superponen con el movimiento tambaleante de la vida:
Bienvenidos
a mi arte,
ahora
busquen la salida.
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