viernes, 29 de junio de 2012

arte


Rompe con el fino trazo de una lapicera
esta limpia mugre de insistencia quieta.
Entre el predominio de la controversia ambidiestra,
desigualmente paralela
a la igualdad de un sentimiento opuesto.

Programo el despertador para dentro de un par de años,
entonces leeré mi repertorio
y haré las correcciones pertinentes
a la precisión descompuesta
de un oxímoron tosco.

Voy como enderezando la postura
hacia la visión oscura de la tranquilidad,
mis resistencias se convencen de la ruptura subyugada,
del autocontrol,
las ansias.

Y te vas como desdibujando
de una figura alterna que se escapa,
pues permaneces en la mirada
del compás intervenido
por la rima que se atasca. 

Entonces las palabras, allí,
llenas de significados
y aún así mudas del mundo,
partidarias de lo absurdo,
metaforizadas y sin rumbo.

Las palabras y el sentido,
y la dirección, y mis latidos,
y todo aquello a lo que se ha correspondido,
en el tiempo,
con el designio arbitrario del ritmo.

Pero el sentimiento es señor del campo andado,
el camino es surco de insuficiencia,
el destino es la sumatoria de apócopes de sueños,
y la sensación de correspondencia
se limita a imitar a la masiva consecuencia del azar.

Maldito diccionario de verbos.
Te llevas el piano a la expresión de deseo,
el suceso a la instancia cruel del ejemplo
y las virtudes a un basurero gramatical.

Y yo me entrometo,
recorro la nauseabunda alcantarilla literaria,
intentando consolidar un texto
dentro del contexto social impuesto por la retención.

Presa de la consciencia,
me detengo a observarme entre las rejas,
con una lima en la mano
y con la otra de piedra,
armándome de paciencia para describir la pasión.

¿Cuál?

Escribir se lleva el mérito mayor
entre las acciones placenteras
que se superponen con el movimiento tambaleante de la vida:
Bienvenidos a mi arte,
ahora busquen la salida.

jueves, 28 de junio de 2012

A medias

Prima la constancia de un escrito a medias, como los atardeceres o aquellas noches de dos horas. El café se inyecta, como un suero de sustancias salinas, esquivando el colapso nervioso de la costumbre.

Pensaba en una novela fantástica, llena de descripciones continuas, de acciones interminables alrededor de una simple unidad, pero la idiosincrasia remota y la complejidad esquizofrénica de las pequeñas notas pueden con este placer subliminal que el escribir suministra a mi sombra. En un término opuesto a lo indistinto de este parecer sombrío, semejante a la comodidad de los ojos del lector, sangro letras abstractas que escapan de la leve interpretación.

La idealización de un concepto arremete contra las columnas encadenadas que sostienen mi predilección por la poesía arrastrada. Es que la teorización de la razón está sobrevaluada con reflexiones psicológicas de mostrador, con ambigüedades propias de la variación mental arremangada en la puerta de un negocio, vendiendo su imagen “sana” al mejor postor.

Un mínimo símbolo de la cordura se eleva, rebelándose contra las masas lógicas de una composición irreal y se dispone a robar los corazones aún latientes de la ciencia atemporal y desinhibida. Entonces le entrego la muerte a las flores que supuran vida por sus pétalos menores, enterradas en la tierra de la discordia, entre el bien y el mal, trazando líneas acordes a la altura del mar consecuente y desmoralizado.

Comprenderán que todo es parte del ritual. La inexactitud de precisiones puede con la paz, puede asegurarme el futuro en el sinuoso camino de la oscura tempestad. ¡Y los libros!, quemándose en el horno del habitual desprendimiento de conocimiento, de la copia burda, de la aristocrática suplencia de realidad.

Me remito a la experiencia, como un empírico cuento de princesas en un castillo de sal, con dragones filosofando debajo de la torre, con banquetes acaudalados de tesoros y cadáveres. Toda una exquisitez de la literatura medieval elevada a la potencia obsoleta de esta post modernidad regordeta y manipuladora. Quizás.

Quizás busque un anzuelo para morder. La indecisión se compromete ante el altar de la suplencia, de la segunda mano tras una derrota inocultable y conspiradora. Quizás repita como un eco indisoluble estas palabras acogedoras y dubitativas.

Vamos, que la canción no espera a ser compuesta, que las manos aún tiemblan, aprovechándose a sí mismas para complacer a la musa de rimas abiertas y suavemente superpuestas, mientras le quitan el sweater y luego el pantalón.

Quizás se quema el juego en las brasas de la memoria, cocinándome las líneas, al son del vapor de mi sudor frontal que cae lentamente sobre el ojo de vidrio espejado. Me miro, como observando volar un ave al ocaso de un inconciente ficticio. Es el sabor amargo de la destilación poética.

Un puente se traza en mi imaginaria representación literaria, me llaman del otro lado, me incitan a unirme al sueño pasteurizado por tercera vez, en el universo paralelo que se compone de tres vías lácteas y un árbol de caramelos. Pero me detengo, rememoro la narcisista salida exitosa que me espera fuera de mis ojos cerrados, al verme sosteniendo la pluma, la daga y los años.

Las venas moradas se comprimen congeladas, se amontonan y se abrazan, amortiguando el frío, durmiendo entrelazadas.

A medias, decía, primordiales objetivaciones notariales o, mejor dicho, indeseables. Vamos que las líneas no se componen solamente con delirar, requieren atención, hostilidad, veneno, cálculo y proyección. Merecen no menos que sangre, y tanto más que alcohol.

miércoles, 27 de junio de 2012

Esos del montón


Una campana suena a lo lejos, dejo mi barco en la marea y me distiendo; vistiendo el cuerpo abstracto en la heladera, derramando un poco de incertidumbre por los costados de un bolsillo transparente y suponiendo el trayecto hacia el infierno.

Afuera.

Desde la confirmación certera de la inexistencia en el cajón de la mesa de luz, alumbro con poca llama de una vela invertebrada, las escaleras, el fuego, y luego la nada. Todo se vislumbra entre el entretejido enmarañado de una oscura mañana. Y es de noche, y se mojan las palmas de mis manos tambaleantes en la caja negra del comedor. Allí, donde los cuchillos y el único tenedor.

Bruscamente desvanezco ante el asombro de un espectro genético en el reflejo del espejo roto. Me observo y converso con la quietud por unos minutos, mientras mis pies se derriten al son de una canción sin dientes, que aun así puede comer. Me devoran los ojos el cerebro inquisidor, me sobrepasan las costumbres, ante la insignia no hay broche peor.

Todo el oído interno escapa a tierras lejanas tras el silbido ensordecedor. “Vuelve a mí, pedazo de larva, consecuencia del autor”. Se deshacen las líneas plasmadas, me duele el corazón lleno de ira, me supura el orificio nasal derecho, gotas de sangre salada para la ensalada de consejos.

Voy arremetiendo contra el verso andado tantas veces como puta de callejón, tan agarrado por detrás y succionado, tan alevosamente desnutrido e inhabilitado sanitariamente. Versos, esos del montón. 

Enciendo un cigarrillo a medias, congelado en el cenicero sin pasión. Estas muertas letras, esta estúpida insistencia, este recuerdo alado, semejante al cuervo somnoliento que visita mi basurero en los atardeceres de luto, cuando el cuaderno desnudo sufre el frío sin sus hojas, cuando el texto burdo no puede rimar sus inservibles prosas.

Entonces estornudo un poco de arroz, llamo al hada de los dientes y la tiento con una corona recién colocada, la acompaño bajo la almohada. Se asfixia, me llama, grita por su vida que para mi vale nada. Sonrío, un cadáver más para el exquisito banquete filosofal.

La muerte llama, casi envejecida a su máxima potencia, a mi puerta de madera balsa. Se lleva el televisor, las sustancias y un poco de mi amor, poco, muy poco, pero del que tiene valor. Bajamos al tercer piso bajo cero y desmiento sus intransigencias con el alcohol etílico derramado en el ascensor.

Hasta mañana.

Ya en la cocina, al día siguiente, preparo intestinos en escabeche, paté de foie, manos al horno y un riñón sin sal. Vengan a visitarme, musas del olvido, vendo mi inspiración al mejor postor.

jueves, 21 de junio de 2012

Velóz ironía

Palabras mudas de la nada, comentando resultados, reconstruyendo la civilización abrumada. Sólo palabras, es la simpleza del habla y la complejidad -luego- del discurso en alza.

Y la conciencia, desmoralizando el inevitable ocaso del alma. Alba aproximándose: dos palabras. Repite el eco, bromeando, un charco de agua; sintetizando la sagre, coagulando las masas.

Despues, una noche ansiada pone fin a la risa, callan las lenguas falaces, nace del sol la ironía, la inestabilidad de los mares o, en palabras más reales, la inequidad de las clases.

Es relativo el saber cuando, en un baño helado, sólo se calientan los pies. Desde el orgánico excremento hasta el sustancial placer, las manos se ensucian de restos que aún no aprenden a leer.

Ya lo dijo el cartel claramente: "TRAIGA SU PROPIO PAPEL".

Ensayo sobre la literatura y el ser...

Un sendero divide la continuidad literaria. Detrás del discurso lógico coloquial se encuentra la muerte del sentido. Mis manos ansían lo que mis ojos no pueden ver a simple vista.
Margarita resumió sus días en un simple parafraseo de la esencia. Supuran mis letras en el texto ambiguo, me remonto a la existencia controversial de sintonías alternas, me rebelo a la mínima exposición de un sistema comunicacional de las banalidades. Una tormenta se avecina, la constancia de la razón arremete contra la ignorancia de ciertos rituales, pero espero.
Juan y Belén derrotaron a la inequidad del misterio, lo hicieron sin esperar algo a cambio. Y yo sólo espero, aquí, en la luminosa ausencia del sarcasmo. Mis uñas sangran la tierra de un teclado maltratado, mi cabello se tiñe de blanco con el paso de las neuronas al estado de ebullición perfecto. ¿Qué es el estado? ¿Qué son estas sensaciones, cómo son? Me pregunto, en un eco profundo de quietud malentendida como aburrimiento o cansancio. No me confundo pero admito que a veces dudo. Cada ramificación que se crea desde un símbolo alejado de la musa eterna que se compromete, se detiene, se congela y muere.
Junté, en el camino, las tapas de botellas, los huesos masticados y hasta alguna que otra vieja carta lanzada al azar en la calle de la simpleza. Pero nada llevo conmigo hoy, nada más que esta antología a cuestas de las letras que me pesan. El estigma sangra en cada bocanada de aire viciado, el piso se convierte en un fuego pasado por agua. Sé que Marcelo llegó primero y que Ana se enfadó con el tiempo, lo sé porque los he creado polos opuestos. Sé, también, que Mariana no tiene paciencia ya, y aún espero.
¿Qué es esperar?
De vez en cuando la muerte llama a las puertas de mi infierno cercado, sólo a veces, y no me animo a atenderla, a servirla. La cubro con tierra, la misma tierra de mis uñas, la misma tierra de mi tumba, en la que el futuro llora.
La división exacta de las verdades puede con mi ingenio, me acomodo a la sombra y postergo la visita a las obras. Me niego al absolutismo de la derrota, no quisiera perderme de vista a las balas antes de ingresar en el hígado difuso de mi inspiración. Y no suelo beber del veneno, ya no, pero ¡cuánto lo deseo!
Mi sencillez desalineada me permite la autocrítica, y me acaba, me desnuda ante las masas físicas de la balada, y en la soledad que me acompaña, sólo espero y me esperan las llamas.
Nadie hubiera pensado antes en que Vicente dejara de soñar, y ahora hasta el vecino de su niñez lo acepta, se traga el comentario y continúa por la misma línea recta, sin hablarle de su existencia, sin recobrar la memoria, pasando por alto todo lo que era.
Tengo la sensación de que nada de lo que pienso sea, tengo y tener al final es nada, cuando se observa detrás de aquella vidriera, la vieja, la que no cuenta como mercancía, la difunta, la ciega, la débil, la cualquiera, la rota, la fea, la inútil, la verdadera.
Tiene cada ser su mundo y tiene mi mundo estas letras, letras que pecan de insaciables, letras que nunca postergan. Tienen mis letras un nudo en la garganta, pero también diarrea. Tienen, mis letras, el don del silencio, a veces, cuando gritan rimas paralelas.
Cuando el mosquito muere, con una palmada bien puesta, es cuando aprieto la lapicera estática, y lleno de tinta una hoja blanca de ideas. Es la mente, contesta Damián, y asiente Jimena, pero yo sólo espero. Y, a fin de cuentas, ¿qué es morir entre una mano y otra?
Digo que mis letras lloran. Lo escribo y luego me derrito ante el bostezo contenido. Me derrito y todos hacen lo mismo, la coma, el verbo, el adjetivo y hasta el mismo maldito punto seguido que me insita a continuar. Todo llueve al final del día, en el atardecer complementario, entre el sol y la luna, entre ser y parecer.
Pensaba en la rutina, en el vacío de la literatura actual. Me llenaba de ira y vomitaba el tema principal de este banquete. Debería llenar el vacío con un sentido primordial. Me place la ironía trágica y la tragedia de la risa, pero el placer carece de insinuación en el constipado mundo de la “virtud”.
¿Llegaré al libro? ¿Acaso, alguna vez, lo seré? Pero sólo espero, aquí, en el escalón primero de la sabiduría en conserva, en el tallo cortado de una rosa marchita, en el esbozo de un eslabón encontrado en tierra olvidada.
Julio creía en fantasías. Los personajes fueron lo que quisieron y así fallecieron al finalizar el capítulo, al dar vuelta la página de la hora. Un reloj sonrió, entonces, cuando dije que era el fin de una cuasi novela. Sangró como sangran las manos del artista, gimió como lo hacen las manías, y me observó, como esperando el reflejo de mi crítica. Me observó, gente al pasar, lo hizo y nadie supo admirar, con mis ojos, esa predilección sobre mis pasos, esa evidente precaución sin casco, esa alegórica mirada que congeló mis venas, esa mirada extasiada.
Sé que la extensión molestará, he leído tanto que ya quiero terminar, pero sólo puedo esperar, nunca aprendí a dar un paso más.
Es el tipo de adquisición, el arte, que no se puede intercambiar, no sé despedirme del punto final. He de verificar, pensé, más nunca el pensar se hizo tan complejo como cuando, ahora, me toca respirar.
Admiro la expresión, ¿sabes?, me dije, admiro la contemplación con la que su respuesta se hace esperar. Así, de esa misma manera, a Florencia se le apetecía la cena. La solicitaba y la cocinera escupía en ella. ¡Qué delicia su rostro al masticarla! ¡Cómo le lloraban los ojos a Rosa de la risa en el silencio que le tocaba! La contemplaba, con el placer de los dioses del Olimpo al ver a Hércules dominar a la fiera. La felicidad de su ser era tan completa que olvidaba, por un momento, la desigualdad de la pirámide social.
A veces dejo de pensar y estudio las formas, me limito y me expongo al sol de un verano escrito. Un café me separa del sueño abstracto y materializo, así, las consecuencias de un ensayo trunco, dormido en mi bolsillo.
Federico, con su dios muerto, me devolvió muchas veces el latido. Mi corazón anclado a la mente del simbolismo filosófico me animó al voraz divertimento de lo satírico, disfrazando, con humor, la verdad del silogismo, el resultado positivo entre dos posibles negativos.
La vida misma, Mario, el realismo mágico del que, tú y yo, nos hemos reído. Es que lo he dicho sin decirlo, como cuando Carlos contemplaba, bebido, el camino azul del ave en la que todos vivimos. Borracho genio urbano, todo lo has maldicho, pero ¡con cuánta habilidad, viejo hostil! De eso se trata el atrevimiento, más yo sólo espero, aquí, en el agujero negro de la consciencia, en el ataviado amanecer que nunca llega, en la parada de un tren que no tiene vuelta, con mi mano derecha suspendida en el aire de la correspondencia.
No invoco al espíritu de la tierra, no me miro al espejo, no cuento ovejas, no caigo en la consecuencia ni me distingo de la verdad, “no” tampoco es mi palabra predilecta, y no, no duermo a la siesta.
Bella es la corteza, la misma que antes fue un gusano, aquella que, siempre colorida, aún vuela.
-          ¡Bella!
-          ¡Muerta!
-          Pero bella igual.
-          Y así, muerta.
Y yo espero, desdichada, puntual y terca.
Obra maestra sin alumnos, un desperdicio en el etéreo rumbo del ser. La pesadez se hace extrema en estos hombros de madera tallada, de canciones mudas, de rincones reservados al parecer absoluto de las ausentes musas, de irrelevantes datos acumulados en la cueva iracunda del saber. Soy una marioneta del sistema lógico, y seré.
Abrazo el calor de la estufa, quemándome la espalda, el gusto masoquista de la especie congelada. Es mi oculta cara la que se enrojece tras las rejas del alma. Es que a la literatura le hace falta que me duela cultivarla. Es que a Javier le sobran palabras y Luz no aprendió a leer. Es que la ironía se encuentra condensada en una lata de kerosene. Y yo sólo espero, con un fósforo a punto de rasparse en la cajita del hotel, con la adrenalina de hacerlo, y con el miedo de no poder.
Es el castigo del ciego por no ver, es la gota de lluvia en el ojo del ejemplo, al cruzar por el andén.
Me pica la rodilla, se enreda con el mantel, se cae el café en la entrepierna dormida y en lo primero que pienso es en el “dejavú”. Esto ya lo pasé. Luego, la puta madre, me quemé; y, finalmente, el sosiego, el tiempo perdido, mientras se pasa el tren, y el pantalón está muy mojado como para correr, y yo sólo espero, otra vez, suspendiendo el cuerpo entero en el aire olvidado, que sopla sobre el cenicero.

Los otros ojos

Busco en los ojos sueltos,
que ruedan al compás de la lenta música,
algún indicio del resto del cuerpo al que pertenecen
o de los rostros, los tantos o los pocos.

Miles de ojos que buscan cotejar,
con la existencia de las cosas,
alguna realidad.
Ruedan, circulantes de la imparcialidad,
buscando un par o la información correspondiente
a su impertinente soledad.

Los observo, como alejada de lo incierto,
y permanezco en el más muerto silencio del grito atormentado
detrás de mis propios ojos, pegados a mi cuerpo,
situados en mi rostro,
en el correspondiente estado de injusta sobriedad.

Paren de seguirme, murmuré,
pero la contemplación hizo agua del destino,
y caminé hacia el infinito,
observada en mi solo andar,
por la vereda del instinto,
buscando alejarme de la cercanía inestable,
de la vistosa multiplicidad.

Breves gotas caen sobre mi cabeza mareada,
la lluvia en la azotea de la mente plana,
en mi pecho latiente, en mis venas descuartizadas,
tras la sangre de la virtud.

La lluvia los arrastra a la alcantarilla,
en esa boca de tormenta todos caen
intentando echar el último vistazo a mi insolencia,
al reírme viéndolos desaparecer,
mientras un guiño evidente
me devuelve al lugar donde empecé.

Castillo de naipes

Una tras otra, caen las cartas que formaban el castillo sin cristal. Un soplido infernal derrite el plástico en las aristocráticas manos de un rey de diamantes, ahora sepultado.

El imperio cae del fuego, nace del tiempo, se vuelca en pecaminosos vaivenes de bien y de mal. La futurista impaciencia descomprime las aristas sagradas y los vértices complacientes. Una nueva partida inicia al finalizar, el feudo reciclado, en una pirámide de cartón.

Victoriosos maniquíes escapan del silencio de las torres y vuelan, como gárgolas despegadas, hacia el infinito que ya no huele a flores.

Una mañana radical impide la entrada del bufón al recinto celestial pintado de negro, vacilan las estatuas y llora el principado, llora el rey manco y la reina aurora. Qué locura la de la recitadora, techando los techos de chozas, como elevada al poder opiáceo de las maniobras oscuras, como la bruja tuerta o la manzana podrida o la musa muerta bajo la cama del artista.

La risa inconsciente llena la sala de madres primerizas con ansias de nada y crema para las frutillas. No, no, no es un sin sentido, este texto tiene la predilección de ser significado escondido, de oponerse a la vicisitud de la vida en triciclos sin motor, aunque a simple vista parezca un borrador en una tarde de tránsito lento acaudalado en un baño perfumado de sales orientales y un Marlboro Box.

Por las noches pensaba, y sucumbía ante la velocidad de la materia, por las noches y por las madrugadas. Pareciera irritarse el estómago delirante, derrumbado, etéreo, evidente, hipócrita y sugerente.

Evocan mis manos al placer de la complacencia, cruda catarata sin anestesia, llena de agujas y exquisita como ninguna, la luna, tu luna y la mía, pero nunca la nuestra pues no miras con mis ojos y no bebo con tu boca maldita.

Es mi turno de encender el fuego, soy el tiempo y el veneno, mientras coloco el último naipe en mi atractivo pasajero. El castillo es un ejemplo de la paciencia adormecida por la necesidad imperiosa de correr al baño de nuevo. 

Drink-up

Una luna que nace del sol que no muere,
llora en las alturas, en la bruma silente.
Una luz que imagina la oscura cavidad inhabitada de su sistema nervioso,
una luz que se contrapone a la cara visible del gozo.

La espuma se dispersa por los canales del lodo,
invaden el espacio los cuervos andrajosos.
Así el tiempo se convence de su visión del todo,
sobre las espinas que cuentan minutos para deshacerse del odio.

Impenetrables regocijos apuntan al blanco de una suspicacia interminable.
Van los caminantes sin pies a la cumbre del olvido,
a mostrarse superados tras la bandera sin himno,
tras la lúcida cordura de un silogismo imprevisto.

Es la lógica del astuto,
del más divino genio escondido,
a la orilla de un dulce mar,
al costado del infinito,
delante de él sólo el cielo,
rosado de tanto vino.

Demanda

Dame el espacio que se quedó contigo en el trayecto.
Dame el silencio del grito extremo
al que se ha sometido mi ingenio.
Dame el ruido y el cenicero.

Caminas por las paredes,
estatua de acero,
y te sumes bajo el estigma antinómico de la derrota.
Dame la sangre gota a gota.

Dame la certeza perdida en la guillotina,
Y, en conserva, la cabeza.
Dame el temor que la venganza merezca
y cada pizca de sal,
para endulzar esta miseria.

Dame un minuto,
que horas te sobran enteras,
y dame la rima,
para que esto se asemeje a un poema.

Sabías, cuando nada supe,
de la cornisa pisada y derrumbada por la insistencia,
ahora sabes nada y todo lo que supe, eso mismo,
se ha convertido en la cuestión.

Dame la luna,
y terminemos con esto del sol.
Vamos, amor de nada,
una estrella cuesta menos que el alba.

Dame la cara,
la rota esfera,
la espera inmunda,
la sobredosis imparcial.

Dame el laberinto
y la respuesta a mi pasión.
Dame la cárcel
y el regocijo de perder.

Te ubicas en el estrato más alto
del parecer absolutista,
te colmas de fuertes cánones situacionales,
y vas de lado a lado.
Dame la dirección.

Vuelve al comienzo,
cruel detonador,
y dame la explosión final
para esta terca composición.

Yo te doy,
a cambio,
el misterio de la interpretación.