Ya no leía. Sus ojos se mantenían exactos frente al libro viejo. Era
un torbellino de letras que no se decodificaban, no más, en un discurso,
en algo, en tal cosa que pudiera llamarse “eso”. Era extraño, un suceso
de aquellos: escuchaba, hablaba, pero no leía, no se suspendía ya su
pensamiento en una línea profunda ni sus pómulos se estiraban en señal
de una sonrisa tras un párrafo satírico o altruista.
No podría
haber perdido esa capacidad, al menos no del modo cognitivo, al menos no
del modo físico o neurológico o lo que fuera. Pareciera, parecía, como
si de a poco muriera. Un padecimiento semejante a la agonía del otoño,
sumándole frío al árbol desnudo de esas hojas que ya no se leían en el
libro anciano de breves horas.Era como si le hubieran robado el alma de
una patada certera en el medio de las pupilas lectoras, justo en el
medio, como un golpe calculado, premeditado, practicado y perfectamente
justificado.
No podía escribir desde entonces, puesto de
administraba ambas acciones como dos mitades de un todo, inseparables,
como el sufrimiento del gozo. Y pensaba si acaso la muerte elevaría la
calamidad o aplacaría el murmullo, aunque pensar se hacía dificil
teniendo en cuenta la sorpresiva incapacidad.
Ya al atardecer,
cuando el imperfecto espectro mermaba su potencia, la sangre hervía al
borde de la demencia, las manos sudorosas sudorosas temblaban de
impaciencia y la lengua quieta engordaba al punto de casi cerrarle
la puerta al aire impuro de letras, el reloj le recordó una carta
guardada en el lugar más escondido de su biblioteca. No lo pensó, ya el
pensar era pesar y el ser era estar pero no era.
La
noche. La silla. La luz ténue. La ventana semiabierta en positivas
temporalidades de un sentido atento. Casi entre malabares calculados,
premeditados, practicados y perfectamente justificados, asumió la
posición correcta del juego que le había enseñado el genio subliminal.
Era el salto hacia abajo, era tan fácil como preparar un café sin
escatimar en el azúcar, “aunque lo prefiero amargo”, decía la carta que
leyó quien encontró el cuerpo, segundos antes de no poder leer más.
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