Gira en torno al cuello neutral
una soga oblicua que se desgasta con el peso del cuerpo muerto. Una mano
arremete contra la intempestiva fuerza de un nudo gris. La vida se escuda del
llanto, la tarde de la mañana, la noche se incendia en cantos, cantos que
sucumben luego, en la madrugada. Se lucen aquellos esclavos que vieron venir el
final, se ríen del más sensato que ya no puede olvidar. La muerte se avecina,
se esconde tras los cadáveres exquisitos de la poesía animal. Y ellos, esos
ciegos del tiempo, se mecen a la altura de la aguja más baja, cuando la hora se
acerca, cuando ha pasado el final. El viento era aquello que volaba techos en
un pasado, hoy es la caricia que se acerca al brazo apoyado en el sillón
ecléctico de la mirada. Pero nadie ve, nadie sabe a dónde disparar esa bala de
plomo que reposa sobre el arma más negra de la consciencia subliminal. Dicen
del suicidio que ha sido el hazmerreír de todos los astutos, dicen haber
burlado al destino con una pastilla menos en el coctel de la locura. Las maldiciones
abundan en el rincón putrefacto, cerca del cuerpo ahorcado del que se ha
hablado previamente. Todos comían allí, hasta los más débiles de esfínter,
hasta los más cautelosos de la justicia. Todos se bañaban en el lodo que ni los
cerdos querían rozar, que ni los hongos quisieron usurpar. La luna, casi tan
arrepentida como aquella estrella fugaz que solo se limitó a caer, lloraba
desnaturalizada de todo parecer altruista y de la pequeña raza humana. Dicen
que la pobreza de mente se compara con un apocalíptico sueño en el que no
existen los inodoros, ni el papel, ni la sustancia que irradia un perfume
sanitario. Pero esos que dicen, luego se van al campo de las directivas azules
y derrumban los árboles con ideas cagadas en una suerte de forma circular. Hube
escrito alguna vez una oda al silencio, pero preferí callarme al terminarla sin
poder compartir siquiera un tercio de esperanza para los gritos ensordecedores
de las demoras inventadas. La costumbre, la costumbre se acomoda a la forma
plana de mis pies tallados dentro de un calzado harapiento y desmoralizado, la
costumbre se hace a la mar y pisa una isla y vomita la tierra y luego respira,
vuelve a comer lo expedido y se retuerce finalmente en el fondo de lo que
supuso, previamente, un río. La costumbre me insignifica el cuerpo, la
costumbre me come el cerebro, la costumbre de esperar también es el castigo
incierto a la razón que ríe del sueño, y a la verdad que nace de las palabras
echadas al viento; sí, ese mismo viento que ya no vuela los techos pero que
acaricia el brazo posado en el sillón catastrófico y ecléctico. Entonces la
soga finalmente se corta, la mano se vence y el nudo afloja sus coordenadas,
pero es tarde ya, el cuerpo cae desnucado en el medio de la nada, y me
pregunto, ¿será que no lo han escuchado? Para ese entonces yo me había
levantado de suelo, me había limpiado la cara, me había peinado de nuevo, y
volvía lentamente con la soga en mi mano dolida, y con el intelecto intacto,
pero enfermo.
lunes, 17 de diciembre de 2012
sábado, 8 de diciembre de 2012
Los ojos limpios
Los ojos limpios se regocijan de
tempestades, limpios como cristales enlatados en cautela resistente, limpios
como la redes de un suspiro inconsistente. Los ojos limpios se componen de
presentes, obviando futuros, rememorando fuentes. Limpios como respaldo de
hipocresía, limpios como la oscuridad de la poesía. Resplandecientes recuperan
su tono habitual, condecorando con guirnaldas de ocio las costumbres
correctivas de su mirar. Los ojos limpios destruyen a su paso la conexión que
existe entre uno y otro vaso. Los ojos limpios y ambiguos tal vez se
propusieron la pulcritud alguna vez, quizás se derramaron en vidas anteriores,
observando cómo reponerse de los aguaceros traidores. Los ojos limpios destilan
veneno por el verde prado, abriendo el sendero. Y van, como nubes por el
occidente, como torbellinos por el oriente, como chaparrones incesantes por el
medio oblicuo de un cuerpo celeste. Van, como la limpieza esbelta que consume
siluetas en la soledad; van, como la fisura de un tabique arremangado en la sustancia
corrosiva de una línea más. Los ojos limpios no hacen más que respirar, que
comer, que palpitar, como la incoherencia que se lleva las letras a la mierda y
también un poco más allá. Van, los fieles crudos, con la leve impresión de
observar, pero sin ver; prácticamente se escapan de la realidad. Los ojos
limpios también se ensucian con tanta ilegalidad que, finalmente, llegan a la
blancura total de la necedad. Los ojos limpios, prometo, no serán para guardar,
no cortarán con la cordura, no serán para cuidar, no iniciarán ninguna fuga, no
serán para inspirar. Los ojos limpios simplemente denotan pasividad,
intransigencia, demoras y una gran capacidad para disuadir a los otros, a los
ojos de verdad.
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