Se
le solicitó al tedio un poco de humor negro y se resistió,
demandó
más paga en sus bolsillos del encierro
y
finalmente esbozó que se rehusaba por su inconstancia
y,
posteriormente desapareció de la escena
con
un llanto a carcajadas.
La
contemplación esperó unos minutos más
hasta
que el ilógico cerebro se dignó
a
dar las disculpas correspondientes al caso
y
también se retiró con la ira entre los dientes y una mirada de asco,
se
pudo observar bastante inteligente pese al fiasco.
Se
privaron los oídos cautelosos del chiste fácil,
y se
conmemoraron los ojos a observar la prudencia
con
la que cada parte del ser se retiraba
sin
poder componer al menos una broma pesada.
Tardío
el sentimiento de culpa se hizo presente en la cúpula teatral,
pisó
el escenario y todos entre sus complementos designados
hicieron
silencio por un rato.
Dijo,
con una voz desprovista de energía,
“no
hemos comido”.
Los
presentes se miraron, dejando sus vasos a un lado,
algunos
vomitando y otros sudando…
uno
por uno comenzaron a desvestirse,
primero
la ropa, luego el pelo, después la piel.
En
el lapso de unos minutos todos habían extirpado sus intestinos gruesos,
y a
manera de flores los lanzaron
sobre
las tablas impecables hasta ese momento,
llenándolas
de sangre y vísceras
y un
poco de comida arremangada hasta las tripas.
De
cabeza, cada monologuista que no pudo esbozar su comedia maldita,
se
lanzó a devorarse las conquistas
y
una vez que todos murieron desangrados de la risa,
el
telón cayó como una buena sobremesa existencialista,
mientras
la sangre del silencio goteaba sobre las butacas de la primera fila.