viernes, 22 de marzo de 2013

Balanza de tiempo



Tengo el tiempo sobre mis hombros, recorro el camino inquisidor de la media noche detrás de cada segundo que me invade. El silencio se compone de la misma forma que mis versos, y respiro instancias crueles que me alejan levemente del pasado. Las mitades del rostro se conforman como esferas indefinidas de un sentimiento desconocido.
Mis manos tiemblan al compás de una lapicera seca que escribe su inclemencia sobre el cuaderno ajado y lleno de ignorancia disfrazada de un parecer sensato. Suda el espejo una gota inmune que nunca informa acerca de si es lunes, y de hecho lo es.
Mi memoria se compromete con las sustancias pseudo opiáceas que circundan el ambiente ensordecedor y resplandeciente.
Yo no espero, pero el acto inicia en el número cero que no existe en el reloj. Las agujas se van correspondiendo con mi pulso y desespero, como cada mañana al despertar de una noche llena de insomnio y carcomida por los pocos sueños.
Me pesa la boca de esperar el beso, los brazos de abrazar las sombras y los ojos de mirar escombros detrás de las sobras de lo que un día fue una gran obra.
El viento se lleva el sol un poco más allá del infinito, mi horizonte se ha compuesto por unas pocas nubes eléctricas, una canción en francés y una taza de café a medias. Fumo como un complejo extraño el cigarrillo, como una oveja más del rebaño, como un trozo más de este año que se queda corto si pienso en que a febrero le han quitado un día bastante necesario, tanto como esos ojos mirándome mientras duermo, o cuando despierto o hasta cuando revivo escribiendo de ellos.
No me pesa el misterio, lo busco como cuando resuelvo un silogismo con los dedos de mi pie derecho, no me pesa el misterio, ni me pesan los laberintos en los cuales ya no me pierdo, tampoco me pesa el suplicio de esperar a la noche para el que día se destruya entero. No, no me pesa el misterio ni me sobran los complejos, ni se me acorta el ego, ni siquiera pienso en el ejemplo cuando el descendiente del pretexto es el poema esbelto que completo con las abstracciones proyectivas que denomino sentimientos. Pero sí me pesa el olvido, me pesa el orgullo corrompido por la sensación de calor, me pesan las manos siniestras, me pesa el cuello de mirar a la izquierda cuando el recuerdo pasa por la derecha, me pesa la nariz de respirar esa vieja esencia que me condena a noches enteras de letras muertas. Me pesa luna, me pesan las estrellas, me pesa esa luz intensa que me enceguece cuando pienso en la musa, al componerla. Me pesan las imágenes del reto, me pesa la carrera, me pesa la línea de llegada y la soledad vestida de alegría, me pesa la simpleza con la que se diversifican las despedidas.
La costumbre de pensar se convierte en agonía, sentarme en este mismo lugar siempre es como sentarme en la cornisa de la existencia y esperar algún indicio que me lleve a saltar o a cometer una indecencia y empezar a dedicar sinceramente cada uno de mis poemas.
El arte me ausenta del abismo y a la vez es eso mismo, las letras se me caen y revientan mi cerebro como meteoritos, se me acaban las ideas y me sobran los caminos. Es lunes, lo he dicho, y ayer fue domingo, es de esperarse que mañana sea martes y me pesa realmente el olvido.
Cuando las melodías se apagan, finalmente me decido, me levanto de mi silla y me dirijo al delirio, a rememorar los idilios, a crear un nuevo precipicio.