miércoles, 13 de febrero de 2013

Todos los pactos, uno (Abril 2012)



Miles de notas pasaron por el escritorio gris de la derrota. El tiempo cautivó a los ojos desalmados. A veces la ineptitud puede más que el oro.
Las personas derribaron los muros, pero la justicia calló. Ayer el pasado devolvió en litros su pena, en gotas ácidas y sinceras.
La costumbre puede más que la condición, así como la cordura más que la burguesía vestida de solución capitalista, a manos de un viejo trabajador.
Las misivas al centro del universo se hicieron esperar en respuesta mientras su remitente desapareció. Y aquí en la tierra no quedó más que su antiguo sabor.
Así como mueren las letras, nace un párrafo peor, vestido de silencio y carente de color. En la simpleza de los pasos va cayendo el sol y la estrella más brillante llora a cántaros su dolor.
La reina se había hecho piel con sus mejores joyas, su cuerpo supo a cerdos con arroz, y mientras la devoraron los cuervos, sangró en pétalos de flor.
Es difícil suponer la extensión del texto a mano, con una tendinitis en el peor de sus grados, manteniendo poco la caligrafía, duele hasta el hueso más lejano. Un calambre occidental pinta el oriente del luto. Quizás hasta este escrito sea el último, quizás sin mano se acaba el amor.
El dolor no es plagio y es un placer sin dios, es mi agnóstico descanso de la tecnología a motor. La evidencia sabe más de todo que menos de nada. La hipótesis no se ha respondido más que por casualidad y algunas certezas del azar.
Nunca termina el autor, ni su libro, ni su mal. Nunca el lector fue tosco, ni una ola de mar, ¿quién más podría, que el destino, ser su propio infierno en la distante eternidad? Las preguntas yacen hoy en el fondo de la copa, cuando la botella vacía, y cuando la boca roja. Cuando se acaba la carilla, sin tener más hojas.
Nunca se detuvo la luna a observar a su sombra, nunca mis uñas a cortarse solas como las venas mudas, desnudas… para vestir a las musas, para pasar la noche de rodillas sobre el calor de la estufa.
Hacia el invierno partieron las prendas que sobraban mientras la canción sonaba, volcándose, como por un embudo, en mis orejas. La tinta suelta sobre el papel su esencia pura. Y al comer, vomitan obtusas, las agujas del reloj impolutas, las más baratas prostitutas, amando a ojos cerrados por unos segundos más de cuerda, hacia el sur.
Cambian, a veces, el colonialismo por los peces y pescan islas en océanos, capaces de subsistir por debajo, con un acuático misil (en sus traseros incrustado) hasta el fin. Partimos al discurso alado y nos vamos a París, mi amor, el tuyo y un poco de anís.
Condimentado y opiáceo arlequín, el de los malabares sin brazos, para luego el fuego escupir…coleccionista de dragones y dientes de marfil.
Sopló el viento y Poseidón en el estrado haciendo el agua rugir, así gimen en orgásmicos afanes sin sal, bajos en sodio, casi hasta llorar. En el éxtasis de la noche no supe más que callar, no más que leer, no menos que estudiar.
El alba todo lo puede hasta que se deja de respirar, para vivir en un muelle, a orillas del lago y el mal. Bien está decir, sonriente, quizás queden continentes sin ensuciar. Y tu frente se arruga pues ya no envejecerás en la tumba, donde sabes que pertenece tu cantar, sirena del azul pretérito perfecto pero dispar.
Los dibujos promovieron signos, se propuso empezar: El oblicuo y el rectangular, el paralelo y el impar. Cataratas de misterios subieron por atrás, en una escalera al cielo, un cielo rojo de más. Despacio, no galopes, nunca quieras ganar, que me quedan ganas torpes de aplazar. Todas las palabras se revuelcan juntas en la cama rayada y presunta, en orgía sin puntuaciones válidas, cayéndose una tras otra sobre la alfombra lingüística de la duda.
Con el pulso magno y la espalda dura, con la pluma blanda sobre la diestra espuma y con la zurda inquieta en la tecla diurna, dispongo de horas antagonistas hasta la madrugada sepultada y profunda.
No quise contradecir nunca y su novelada especie puso sus pelos de punta, al denominarme heredera de una inmensa fortuna. Puta y engreída, imagen efímera de mi mente destruida por el cansancio de su eterna vida en mi mirar. Mi grandiosa materia prima, mi bocado glorioso, mi altar. Puedo seguir, soy capaz, y es capaz la vista de escapar.
El ejemplo que das al fragmento descontextualizado es evidente y lo eres también, fantasma ladrón. El sabor de tus poemas, me digo, es agridulce y me apena pero también me da risa y arcadas. Y los fonemas que no suenan si no es con el ritmo de sus rimas, mis dueñas.
¡Ah, la aristocracia legislativa! La histeria maquiavélica y su doctrina, me causa retorcijones la ilusión, me afloja el intestino, pero no el cierre del pantalón. Entonces vomito altruismos y me seco con el puño de su corazón, bendita profanación.
El placer es mayor con el trazo fino del marcador, dibujando los latidos de su frasco delator. El espejo es interminable y se multiplica el montón en el acto sexual permitido aunque no me apetece el alcohol.
Los planetas te amaron y te amarré al cometa. Mis manos (aunque solo la derecha) sudaron de excitación y te regalé miles de letras que sucumbieron ante los gritos mudos en una sonrisa de oreja a oreja. Aunque poco te nombre, en todos los escritos te cuelas. Hermosa excusa, por ti las primaveras.
La paz, al mismo tiempo, es guerra pero no odio el calor, solo amo, a veces, la niebla y el respirar la droga sin el puto sermón. Quema el fuego cruzado en el medio del camino que, creo, he olvidado.
La falta de coherencia es mi propia cohesión, es en donde yace la diferencia y donde nombro mi profesión. No soy poeta ni escribo prosas propias, soy solo un poco de temor a la conversión de monedas y al pasado desertor. Soy algo de desierto y un oasis sin color. Soy mi mano, mi pluma, mi cuaderno progenitor y mi herejía entre las lunas. Tú me miras con mis ojos y yo te recito tus urnas, tú me quitas el voto y yo te apuro, por las dudas, a revertir tu posición.
Todos se reprimen al instante y se contrae el órgano más complejo, el artilugio con el que juego… a veces conmigo, a veces con nos. Zoológico y figura, mitad y represión, pornografía con estigmas, discurso social del perdón.
Pero, luego, la princesa tomó esas joyas viejas y las quemó en la chimenea, deseando no ser parte de la cena (no ser comida por las formas esbeltas). Saltó a la pileta del pecado y nunca más se supo de ella. Sólo vivió en mis pocos poemas acerca de la rebelión.
Madre fue incierta, no supo más que sospechar, pero luego no supo más que morir con la culpa en la garganta, sin decir no más que “son los míos”, no más. Y superé la muerte con copas de más y sangre bajo el colchón. Madre supo dibujar, supo enseñarle el camino a mis letras y un poco de inglés. Madre siempre es venerada, aún cuando no esté, aún cuando falten palabras a la oración de su perfecto parecer. Como la princesa, ella, como la reina también. Y como un bufón en las noches, admito que en todas la recordé.
Mi mano permanece atada a la cordura colectiva, sí, mi propia locura discursiva alejada de la soltura nunca textual. El brutal asesinato de las letras tuvo como escenario mi infancia persuasiva, la misión consistía en envenenar las notas pero me tembló el pulso y sólo supe disparar una oda triste en la cabeza del presente que nunca pude dejar atrás (aunque pasado, y ya en el futuro). Descubrí que el vidrio cortaba como hoy descubro que no sé llorar, ni perdiendo el tiempo difunto, ni enterrando mi pensamiento. Los términos se pegan a mi mente, como el humo a mis pulmones aún sin fumar. Las voces son constantes como los bonos, los cruceros y la peligrosa ave rapaz.
La perpetuidad, en esta obra, será un nuevo comenzar. Así comenzaba el relato, creyeron todos, sentados alrededor  de una mesa vacía. La niña lloraba y mojaba sus zapatillas con juventud, aunque un tanto descolorida pero sin perder la virtud. Todos corrieron al patio, el estallido había sido tan alarmante que no pudieron, curiosidad de por medio, aguantar. Los cristales despedazados, dispersos por el globo terráqueo en mosaico, en el piso de la morgue social, la calle.
Ya en Francia, cuando dormida, la dama cantó. Sus palabras escaparon, rítmicas, pintando faroles, quitando basura y saboreando pasados amores por la Rue del viento, debajo del puente abrazador. Prematura distancia, las nubes se cargaron de arrogancia, mezquinando las gotas narcisistas y amantes para sí. La cruz de pocas puntas apuntó al oeste esta vez y pude ver sus ojos en mis sueños, llamándome al abismo.
Me morí de sed y me ahogué igual. Siempre me costó nadar en la superficialidad. Pero ver danzar a los cisnes en el lago me hizo pensarte y pensar en querer tener a dónde volver.
Sangraron mis fosas nasales, la única manera de liberar presión. Mi celda mental, cada vez más pequeña, cada tanto pierde tu color, cada tanto se vuelve enferma y me sana la ilusión.
La pesadilla más confusa tuvo que ver con la inyección de morfina. El cuerpo del verso agonizaba y su estructura se desmoronaba en mis manos mientras las estaciones morían, cuando nacían los pájaros. La profundidad del sendero crecía, nos sumergíamos en el lodo, vivíamos del aire y nunca moríamos sin antes despertar. Y así fue, contigo en el fondo, como una daga partiendo mi alma a la mitad.
No me importó, entonces ni ahora, el papel del lector. Siempre supe delimitar ambas funciones en la esquizofrenia literaria, como cuando volando en el aire mi libro sin hojas, como la memoria, como la imagen de sus ojos que no se borra. Si la ciencia puede, así también yo, carecer de sentido aún con el objeto definido. Las particularidades de lo incierto se vierten sobre el pretexto, más arriba, por encima de algún sentimiento. Así la realeza perdió el convenio, así partimos con destinos certeros al final de los sucesos, la edición final, habiendo borrado cada éxito.
En cada juego del saber pierdo mis fichas, voy cediendo ante la sinonimia nunca paralela al latido, mis ojos se llenan de ríos sin piedras y mi cuerpo muere de frío mientras tus brazos se alejan. Luego llega el otoño y a los árboles te asemejas perdiendo, como pierden sus hojas, el cabello; muriendo como mueren las flores que ya nunca te entrego.
Me inicié en la literatura esperando algún verano, pretendiendo que el invierno no exista, pero en vano. El día llega como a la noche extrañando y a mí las letras nuevas, como desesperando. Pero no vuelvas, quiero seguir esperando porque la cultura es emblema y está enferma pero más aún mis muelas de masticar ideas. Deglutimos apariencias y las libertades nunca en la lista de las primeras. Los felinos duermen en sillas de madera y la velocidad del pueblo carece de frenos… entonces abortemos el fruto, comamos más libros y pensemos. La filosofía desea un nuevo movimiento y estoy aquí para vencerlo.
Compongo y nunca duermo, el ansiolítico exprimido y la solvencia del comprimido me invitan a aspirar su contenido. Se convencen las masas de mi hastío. La universalidad del lenguaje de las condolencias no tiene límites, como mi lengua cuando busca el placer del pensarla arbitrariamente mía, tu dulzura siempre escondida y mía.
Tantos son los receptores de mi peculiar misiva que se mezclan los papeles y te traigo nuevamente al punto de partida. Con las miles de notas en el escritorio gris de la derrota, donde me gana la verdad absorta. El sexo siempre denota lo que el placer connota y lo que esconden tus piernas al contemplarte, hermosa. Y te limito a mis prosas, poesía cruel del tiempo, en tu cuerpo de papel y mi aliento estremeciendo tu piel. Me ha contado el secreto que tus pasos son el tiempo, que te meces con el viento, que tus órganos en racimo crean el vino más delicioso que los dioses han bebido.
Las estrellas brillaron al final del estío, acomodándose a un por siempre, aquí donde ya no sé qué escribo. El temblor es cada vez más agresivo y no hay analgésico que calme este dolor enfermizo: extrañar lo más pequeño, desearte dulces sueños. Vuelve la madre de la oscuridad, pero la niña ya no teme, ha crecido entre velas y confort, ha aprendido a decirle que se vaya y a no pedir más perdón.
A veces he repetido mi propio eco, a veces me he perdido en mi propio sendero pero nunca he comprendido qué es lo que llevamos dentro que nos hace extraños frente a un espejo. Mi reflejo se ríe a carcajadas pero a mis espaldas lo venzo, lo mato con todas mis alas aunque, al volver la vista atrás, nuevamente le pertenezco. El problema del sincero es que no ama, y del embustero que no llora pero del paradójico que el misterio nunca lo nombra, ni se saca el sombrero al pasar delante de su sombra.
¡Basta, entonces! ¿Por qué vuelves y te escondes? ¿Por qué no te sientas en la mesa? Te he preparado la cena: mi corazón envuelto en perlas, relleno con todas las recetas, condimentado con todas mis metas y cocido a punto medio para que lo digieras.
La exclusividad siempre viste de gala mientras yo, con mis mejores artículos jamás escritos en el periódico, esperando a la aurora cuando se aclaran las gargantas: “¡Diario, diario!”. Con el séptimo café en mano, con el décimo cigarrillo fumado.
Hoy sangré, hasta las rodillas, mi perfección, la mujer. Hoy me comí las uñas y grité. Hoy morí en vida y en la oscuridad resucité. Hoy planté semillas de árboles que mañana no he de comer. Hoy contemplé a la ira con los mismos ojos de ayer. Hoy recordé que la poesía es el arma letal y el veneno de mi ser. Sé que no hay manera de unificar las banderas que hoy me apetece flamear. No habría destreza que describiera la potencia y la ambigüedad, como no habría ritmo que meciera mis notas al azar.
Pretendo corresponder a todas las rosas de mi jardín con una sola obra, un pedazo fiel de mí. La perfecta es mi diosa y mi parcela en el cementerio de las esferas que brillan pero no alumbran, que dibujan la condena. Pero tú que lees, si entendieras, quizás seguro la consiguieras. Si pudieras, ¿le dirías que necesito tenerla, que venero su existencia? Pero no puedes, lo sé, no has tenido el placer de conocerla. Agradezco, igual, tu voluntad, tu pacto conmigo, lector.
Ese día todos nos pintamos la cara y corrimos la carrera pero cuando llegamos no pudimos sostenerla, la madre pesa siempre. Y se perforó la tierra, la perdimos tan joven y tan vieja. ¡A la mierda, entonces! ¡Vete lejos! ¡No vuelvas! Le dije y me miró orgullosa de mi insistencia. Si solo supiera, incrédula, que lloraba hasta la médula, que sangraba úlceras de tinta gruesa. Si solo supiera, ¿me quitaría ella la culpa?,  ¿me pediría que no la escribiera?
El amarillismo siempre está presente en boca de la bohemia, como la bulímica conciencia esbelta, como la obesa pintura con alto nivel de artista, sumido bajo la existencia. Psicología barata, por donde veas. Putas vestidas de agua mientras en su fuente, todas monedas. La continuidad del sentido no es mi gran esmero pero al final comprenderás, aunque no lo controlo, lo que pretendo.  Las realidades siempre forman el sueño pero el “superhombre” no está al tanto de ello, no como yo, aunque mi paranoia creó todo el resto del concierto.
¿Has pensando en mi alguna vez? ¿Supiste de mi existencia antes de morir, o sólo te quedaste con mi inocencia? ¿Qué es lo que te llevaste al ataúd? Y tú, la otra, ¿Sabes de mi ansiedad, o es que solo me importas tú? La voz se escapa, a veces, y otras veces hablan todas juntas. Nunca terminaré de entender cómo es que respiro si te has llevado todo el oxígeno contigo, me pregunto mientras me como la mano y bebo mi sangre con un poco de barro (es que siempre me agarra el hambre cuando estoy guardando mis pensamientos en el cementerio de tu pecho). ¡Buen provecho! ¡Gracias, mi bien! Algún día quizás entiendas que me es más fácil odiarte, dueña de todas mis penas y ojala algún día puedas compensar tu falta o dejarme componerla.
Sé que la estructura no es perfecta, no me juzgue por favor, es que no conozco las bases, sólo se de coincidencias. Es que el presente se hace a hurtadillas del problema, el pasado es el que condena, y para mi futuro no quiero más de estos poemas, porque juegan con mi alma y no hay mañana que no duela.
De la redundancia me creo, me hago, como se hacen los cerdos capitalistas de más ceros en sus caras forradas de artistas. La ironía me convierte en la mierda que flota en la alcantarilla cultural de esta tragedia abatida, de esta superposición extrema de codicia. Y te cagas de la risa porque de resonancia mis rimas, mientras asonantes las poesías.
Mi menor complejo siempre fue mi ego, tan grande como tan pequeño, tan lleno de nada como tan vacío de todo, tan gris como tan negro… tan tuyo como tan poco mío, tan del espejo como tan ajeno a mi reflejo. Mi mayor complejo siempre fue tu ego, tan tuyo como que te pertenezco.
La abstracción es el remedio, dicen los medios, grafican los publicistas en su tedio, y diseñan los pastores en su cerco, mientras las ovejas que cuento se ahogan en el mar de los pretextos. Es como si la literatura convirtiera en sueños a esos pensadores que hacen silogismos simbólicos en el silencio. Creo que el peor error del maestro es su posición de poder, y a la vez su mayor logro, aunque nunca su sueldo. Como todo disertante, si esto fuera una cátedra sin dueño, le doy las gracias al ayudante que me dicta el marco teórico en el que me muevo.
Lamento, a veces, que no estés pero otras tantas me avergüenzo de este embuste en el que te apreso, como si lo que escribiera tuviera algún peso. Al exilio de tus brazos me ha traído este movimiento dictatorial y repulsivo, al exilio de tus ojos, al ocaso de los míos. Se me politizan las palabras, se me desplaza el dedo índice y empiezo a señalar a las masas como argumento que me define, como estructura socialista controlada, como una anarquía legislada, como si el poder a puertas cerradas. Más, me escapo, tendiéndole una trampa al lenguaje desquiciado, dictador y solventado por el bolsillo cosido a su propio pantalón. Estamos todos condenados.
Perdón, te lo pido de rodillas, soy un simple eslabón, la cadena ya no es mía y he perdido todo el control. Perdón. Si te digo que me faltas, llorarás por mi canción; y si te digo que me sobras, me quitarás el amor. La madre siempre se ausentó cuando mataban, la madre nunca estuvo ni en su propio velorio, la madre faltó y nunca supo cuanto dolor causó. Genética del silencio, la madre cada noche murió. No la culpo, su título la resguardó. No la juzgo, no es momento, sé que la madre alguna vez lloró.
Y aquí es cuando desvanezco ante los nuevos ojos que me miran, me siento en su regazo no maternal, por supuesto, ella tiene otro rol. Ella posa su cuerpo en mi pecho y emana calor, ella quema mis argumentos y enciende todo tipo de motor entre lujuria y fantasía, entre ternura y virtudes prohibidas… es el placer de la humedad en vida, el que envidian los abstemios, el que ansían los bohemios. Mi gran pecado hecho amor, no quisiera estar en su lugar, morder mis labios es jugar con la muerte. Pero, ¿Quién soy yo para juzgarle? Puede, como veneno, beberme, para entonces habremos muerto con deleite. Su piel conmigo siempre vence, aunque no es momento, aún, de perderme.
Volviendo al nido, mis obras son el refugio preferido y te dejo entrar, lector, pero solo porque hace frío y puedo entrever que no traes puesto suficiente abrigo. Así la noche a la mujer cautivó y a la niña guareció, así la distancia supo de una madre condenada a la eternidad sin joyas, así, en la existencia sin demoras.
Cada causa guarda consigo el efecto, no así cada crimen su castigo, no. La condena claudica en el sufrir, en el devenir de la constancia y el sarcasmo en contradecir, pues “me quiere, no me quiere” sin la margarita no tiene final feliz. Lo ficticio, en tanto imaginario, no es para mí, pero en tanto realismo mágico, sí… aunque la magia es solo un recurso literario más, como la metáfora de ti.
Somos tantos pero una y de los seres la luna. Lunáticos, se dicen, dueños de su locura, como las voces que me pertenecen, algunas, al menos todas las mudas. Menospreciado mi ejemplo, te he pagado por adelantado y te has quedado con el vuelto, como todo ser amaestrado, pues te lees todo lo oculto pero no lloras mi pasado como yo río del tuyo porque, asumo, me lo has prestado. ¿Acaso me crees todo lo expresado? Recuerda tu pacto, no me sueltes el brazo, pues sin tus ojos ya no existiría mi mano, y sin ella no hay letras y sin letras no hay evidencia de que existimos de ambos lados.
Miro en mi trazo los retazos de tu poema casi olvidado. Dime, ¿qué fue de tus obras?, dime, ¿cómo y por qué tu recuerdo se va borrando? ¿Acaso es mi falta de llanto? ¿Acaso es que no me autorizas a vengarte? Será, será que he de morir en tu memoria o ¿será que mis rimas no son lo suficiente meritorias? En esta eternidad cronometrada me sumerjo, me inyecto como heroína en las venas del reloj, practico la insuficiencia de permanencia y asumo el rol de la demencia, más desaparezco luego, como si el autor fuera un artificio más de este guión dramático y platónico de este diálogo recitado al unísono por un coro de ángeles caídos (prometidos como anzuelo del ateísmo empedernido al que me someto, y del cual soy fiel testigo).
Años hace que me desvisto del mismo modo de estas prendas llenas de lodo, como si
fuera un castigo, como pagándole al destino, con sus propias vueltas, un trago más que no he bebido. Me desdibujo ante la ausencia de antojos, pagando a manera de ritual, relegando mi paciencia, destronando a la reina con un movimiento ilógico que deja al rey en jaque, aunque siempre ganando la partida con una mentira más de mi mente empedernida.
Hoy ha muerto gran parte de mí, volcada entre las líneas. Hoy puede que al fin aprenda a ser hija o esclava de la suposición, o artista, o simplemente la misma con un peso menos y con más de diez carillas; o una gotera de la flor amarilla, una margarita más en el jardín que venera la sonrisa, una hoja volando a la deriva,  buscando un suelo que la reciba, que la cobije, que la resista; o los labios de la musa nueva, la más linda. Algo no más que menos o no mucho menos que nada, o un hada, para eso la fantasía, o las drogas o las comidas. Permíteme más, ¿podrías?
Como en cada pausa un descanso, sigo con mis sentimientos al mando, carezco de razonamientos urbanos, pero pertenezco. Creo que, sumida bajo la conciencia tranquila, puedo continuar con mi teoría, sin dejarte atada a mi sonrisa torcida, sin quebrarte el
alma con mis condicionamientos suicidas (con mi sucia cobardía). Pues seguiré callando la prudencia y gritando la agonía. No hay amor como el tuyo, hermosa criatura del día, prófuga de mi deseo en la noche, pesadilla y fantasía. En ti los besos en derroche, por ti me quedo sin la herramienta que escribe poesía, en ti seré ambidiestra para saciarte de caricias… en ti señalaré el ocaso, allí donde tus deseos se hacen piscinas de todas las disciplinas. Amor, en ti el sentimiento me vuelve fundamentalista y acaparadora de todas las miradas y aún cuando acabas, vuelves a comenzar (historia). Arte es tu cuerpo, odas tus lamentos, música tus suspiros, eres la perfección cuando tiemblas. Haces que sea merecedora de lo que consigo cuando me tocas, como deseando ser piel de tus dígitos. La belleza en ti se conmemora, te haré los mil rituales, si me dejas, espantaré a la aurora y te daré por siempre noches para que las absorbas, para que me dejes solo en sobras y luego volverme a armar para yo volverte a amar. Amo todo de tu música, hasta el tono de tu voz cuando me nombras, poesía.
El espectro de la noche ha desaparecido, el contexto ya no es el mismo y desde esta claridad convaleciente, aún escribo. Aún separando destinatarios y tú aún buscando. Esto no es un cuento y puede que tampoco un relato; y si supiera definir mis textos, éste sería exceptuado. Lejos de toda norma, ésta es solo una obra y el resto lo dejo en tus manos (que son las mías) como ya habíamos pactado.
Como políglota y desinteresada, los idiomas me elevan sobre una colina imaginaria pero lo elijo el español (es que la fuerza unificadora acompaña), dándole fuerza a la batalla que me enmaraña, que me quita los límites pero me amarra, que me suelta el silogismo como pájaros al viento pero después los caza con un rifle de aire comprimido y un poco de lo que invento.
Al punto fijo parte mi ideología nunca condecorada por las masas. La cordura y la incertidumbre son contrarias al arrebato emocional, pero convencionales desde el punto de vista saludable, digamos, nunca el mío. La variabilidad discursiva implementada denota extroversión pero nunca veracidad, claro que sí verosimilitud, aunque nunca se sabrá si estoy diciendo la verdad, pero de eso se trata, ¿o no?
Y se me acaban las páginas y aún no he explicado el error, o explicitado la evidencia o superado el temor. Me haré verde sin pensarlo, me compondré en un estado digno del poder que me ha conferido el presagio, o que le convino a mi convicción (¿Cuál? ¡Ésta!... Perdón). Lejos de la ofensa no puedo evitar el humor, que por más negro que sea, nunca pierde la línea, lo dice mi cerebro represor.
Bonjour, dijo estupefacta ante la pintura del mural. Contuvo sus lágrimas aunque pudo verse, en un apartado de sus titulares, un río salado volcándose al dulce mar. Carece de etiquetas y especificaciones pero, en la implicancia de lo que conlleva, grafica un horizonte lejano al de las viejas calles de París, quizás era Madrid, o Houston, o simplemente su habitación forrada de fotografías bajadas de Internet.
“Parlez moi d’amour”, ¿si? Pero no. Vete a tus propias canciones, representa tu propia fantasía, recrea tus vacaciones y coméntame el destino, para al fin juntarnos en Brasil o en el limbo. La cantidad no acaparó a todas las posibilidades, pero aún así existí desde la impronta del deseo, hasta el último día sin fin. Puede que no verde pero azul (¿For you blue?) y demás representaciones como el tiempo y los colores. Como si la intención tuviera que ver con esa estúpida revelación de todas las esencias en mi presencia, en el antepasado antropológico de la ciencia, o antropomorfo de la bestia o autónomo de todo emblema… Como el primer acto de aquella escena.
Tranquila, vuelve a dormir, apóyate en la almohada de espinas, ya llegará tu fin. La voz se sobrepasa hasta la risa o hasta la tristeza reprimida. La voz siempre espantará a la imaginación. Me pensé, alguna vez, en el trono pero sin el oro, sin el clan y sin el bufón limpiándose los mocos, pero allí… sin corona, sin decoro, delimitando el placer de algunos pocos con mi bola de cristal. El pasado condena al reino de la paz y las canciones se vuelven repetitivas. El mismo compás, la misma regla de tres simple, el mismo antifaz, y otra vez esa película, más nunca puedo llorar, aunque vuelo con la ayuda que me das.
El saber se desarmó, la paciencia no se controló y nunca me encontró. Resulta que llevo siglos en el mismo sitio esperando, ¿acaso nunca me buscó? El eco repite que no a la única voz que implementa una afirmación. Esto no es un cuento, ya no.
La cagada más grande es la que no se vio, aunque lo hubieras advertido, nunca es tu decisión. No eres más que el accesorio de mi propia confección, te he creado a imagen y semejanza de mis ojos pues soy dios, ya que no existo y tú eres la religión que me venera, así como el perjudicial catolicismo, o el malhechor capitalismo, o la bandera literaria del cinismo. Entidades inventadas por el colonialismo amarillista de la comunicación.
La aristocracia no caga, dicen las putas con máscaras. ¿Acaso creerías esa aberración de la naturaleza? Entonces no me leas, solo me interesan quienes piensan como poetas, sueñan como profetas y se sientan con las piernas abiertas a la espera del error. No soy más que un fantasma encerrado en tu propia composición. Me asemejo al ejemplo planteado con anterioridad, ese al que se le muere la mano, a quien le agoniza el latido, ese mismo al que le sangran los codos y se le revientan los oídos con los gritos mudos del huérfano destino.
Una melodía me recuerda a ella, la imagino cantándole a la luna una canción de cuna, meciéndola entre las estrellas, enseñándole literatura y recitándole poemas. Entonces odio a la luna. La envidio y la venero de igual manera, le tiendo la mano pero solo la ve a ella, me detesta. Debí haber muerto de día para no verlas juntas desde mi ventana abierta. Eres cruel, madre, aún muerta. Ojala se cayera la luna y se reventaran, ambas, contra la vereda.
Entonces compuse una alabanza a la nada que rodeaba el corredor, el escritorio vacío intentó una especie de conversación conmigo pero falló. Una mañana siempre se ve constituida por la luz (en el misma ventana) y por el aroma a colillas de cigarrillos mal fumados la noche anterior. Resulta casi previsible la aurora, son las ciento veinte de la mañana y la naturaleza me llama al despojo de sales. Todo el sentido de la metáfora carece de hipótesis comprobadas. Carecen mis ojos de color, y la Torre Eiffel, al final de la cuadra, se desvanece como una gota de miel. El taxi me lleva solo hasta la esquina, me limitaré a caminar, si es posible, hasta el final del circuito. Luego, si tengo tiempo, moriré.